Históricamente, lo que diferenciaba a una persona, desde el punto de vista político, era la pertenecía a un determinado partido o la adscripción a alguna doctrina política: se era socialista, comunista, liberal, conservador, etc. En cambio, hoy parece que el criterio diferenciador es mucho más reduccionista, al menos en nuestro país. Viendo las discusiones que se generan en el parlamento y los argumentos que ofrecen los líderes de los partidos que conforman el arco parlamentario, ese criterio es absolutamente dicotómico: progresista (izquierda) o reaccionario (derecha). Cuando se desea remarcar más la pertenencia a ambos extremos, a esa dicotomía se le añade una connotación maniquea: fascista versus demócrata.

GREGOR

Si se consulta la RAE, se comprueba que el calificativo de persona progresista posee un significado implícito relacionado con lo positivo (persona o colectividad de ideas y actitudes avanzadas), frente al calificativo de conservador (anticuado, atrasado, reaccionario). Esa valoración positiva proviene de los filósofos de la Ilustración (siglo XVIII), quienes hicieron sinónimos progreso y ascenso socioeconómico, causado por los nuevos descubrimientos científicos y por el acceso a un modelo educativo comprometido con las necesidades reales de la sociedad. Sin embargo, esa especie de creencia mística, concretada en «todo para el pueblo pero sin el pueblo», no solo no se convirtió en realidad sino que ahondó más las diferencias entre unos y otros sectores sociales. A la vista de esa realidad, Ortega y Gasset decía en su ensayo titulado Nada moderno y muy siglo XX que progresismo es una palabra muy bella e incitante, ya que todo cabe en su esquemático y cóncavo significado, pero a la vez es una categoría política que solo sirve para incitar a la masa a creer en una superstición peligrosa.

Los datos

Si nos atenemos al análisis de la praxis política, los datos muestran que los partidos que se autocalificaron como progresistas surgieron con la revolución liberal del siglo XIX teniendo en común todos ellos la defensa del cambio social y la transformación del régimen monárquico absolutista en otro regido por la democracia liberal, razón por la cual fueron tildados de revolucionarios. Sin embargo, en la segunda mitad de ese mismo siglo, como consecuencia de la revolución de 1848 en la que tomó carta de naturaleza el proletariado entendido como una entidad social opuesta a la burguesía, los partidos liberales de corte progresista fueron tildados de reaccionarios por parte de las nuevas corrientes políticas surgidas en el seno del socialismo, al ser considerados defensores de los intereses de los burgueses frente a los de los proletarios. En España, al igual que en el resto de países, los primeros partidos progresistas nacieron ligados al movimiento liberal reformista. El primer partido progresista español, liderado por tres generales (Espartero, O’Donnell y Prim), fue el artífice de la denominada Revolución de 1868 (también conocida como la gloriosa), que puso fin a la monarquía de Isabel II y sentó las bases de la primera república española. Pocos años después ese partido se dividió en dos (un ala más moderada, liderada por Sagasta y otra más progresista, liderada por Ruiz Zorrilla). La división continuó hasta su desaparición en el año 1939, tras la prohibición de todos los partidos políticos por el régimen franquista. Esos dos partidos liberales de corte progresista fueron uno de los pilares sobre el que se edificó la segunda república española, llegando incluso a integrarse en el año 1936 en el frente popular (el ala progresista encabezada por Azaña y la moderada liderada por Alcalá Zamora). Con la llegada de la democracia tras los cuarenta años de la dictadura franquista, en contra de lo que marcaba la tendencia histórica, han sido los partidos de la izquierda los que se han apropiado del progresismo, llegando incluso a tildar de reaccionarios a los líderes que han tratado de resucitar el antiguo partido liberal progresista.

Esos datos históricos demuestran que vincular el progresismo con la izquierda y el conservadurismo con la derecha es perder de vista la perspectiva histórica.

Tolerancia

En resumen, tanto si tomamos como referencia el análisis filosófico del término progresista como el político, se evidencia que lo que caracteriza a la persona progresista es su tolerancia con las doctrinas discrepantes de su propia ideología, la defensa de un progreso basado en los descubrimientos científicos, y su militancia en movimientos sociales y políticos que defienden la democracia y la libertad (es decir, la democracia liberal). Por el contrario, quedan excluidas todas las personas defensoras de ideas extremistas y sectarias, los militantes de partidos totalitarios y antidemocráticos, la gente que intenta justificar costumbres basadas en unas ideas religiosas que limitan las libertades individuales y, en general, todos aquellos hombres y mujeres que actúan en contra de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Tampoco tiene justificación epistemológica que se autodenominen progresistas los políticos profesionales a los que les importa un bledo el significado filosófico, económico y sociológico del término, o que utilizan esa adscripción para construir relatos de legitimación de acciones políticas totalitarias; es decir, para legitimar la propia ideología a costa de la deslegitimación de la contraria.