Todos tenemos un precio. Esta afirmación, tan cierta como mal vista, no tiene nada de malo. De hecho, nos apreciamos bastante. Nos gusta mejorar, y nuestra felicidad depende de la relación entre costes y beneficios de cada decisión que tomamos. Si cambiamos de empresa, nos vendemos por un salario más alto o mejores condiciones laborales.

El problema no es de cantidad sino de calidad. La clave no es que nos vendamos, sino lo que ofrecemos. Si vendemos nuestra ética, es que no tenemos. Si la compran, ya saben que adquieren la vaciedad humana. Criticamos a los que se venden por poco. Decimos que lo hacen «por un plato de lentejas». Error. Un bíblico tan vago como Jacob debería ser el patrono de los emprendedores. Consiguió la primogenitura, y la herencia familiar, por un plato de legumbre. A la Iglesia católica le gustó la idea y se apuntó al negocio para hacerse con bienes terrenales a base de hostias. El éxito inmobiliario lo ofrendaron a la Inmatriculada Concepción de la Virgen María, festividad que se celebra cada 8 de diciembre. Ponemos precio a nuestro trabajo, nuestras creaciones y nuestras posesiones. Si vendemos nuestras creencias es que les tenemos poca fe. Los futboleros ateos sabemos que París bien valió una misa en honor de Nayim. Las ideas se venden como patentes. Todo tiene precio, incluso lo intangible.

La honestidad se compra con corrupción. Cambiar de principios es contradictorio, pero ponerles precio y venderlos, forma parte de la miseria humana. Quien así actúa puede obtener un beneficio, pero lo que ofrece vale tan poco como su honradez. Lo decía el empresario estadounidense Warren Buffet: «El precio es lo que se paga. El valor es lo que se obtiene». Las personas íntegras saben vender lo que tienen y hacen valer lo que poseen.

La semana política ha dado mucho de sí. Sabemos el costo del fichaje de Toni Cantó por el PP de Ayuso, 75.000 euros anuales. Valor no tiene. Como lo pagan todos los madrileños, duele menos. Así sabemos a cómo va el kilo de español de bien. El español cutre, en cambio, es mal pensado.

Detienen a José Luis Moreno por estafa, blanqueo y organización criminal y ya parece que cobra sentido la paliza que le dieron. El artista se ha pasado de vientrelocuo y la diarrea delictiva le asedia. El que la hace la caga. Con Aznar, sus contrataciones en RTVE generaban donaciones del colega de Rockefeller al PP. Ahora sabemos quién era el pájaro de verdad. La frase de la semana es de Casado. Cuando alguien pone en igualdad a un Gobierno legítimo con los golpistas fascistas, su problema es la ultraderecha.

No sabemos si escuchamos la Vox de Casado o al Casado de Vox. Es todo tan trans. Les presento a Pavlox Casado, o simplemente Pavloxky. Mientras la derecha tira al monte, el Gobierno firma un acuerdo de pensiones con sindicatos y la patronal. El empleo se reactiva. Esto se anima pero el virus rejuvenece. Las inversiones certifican que los Bezos a Lambán van a dar a luz un Arazón a base de datos. En Zaragoza, los ultras católicos de los Abogados Cristianos (AC), han llevado al alcalde a la manifestación del orgullo. Pero el Dr. Jorge del lunes se transformó en Mr. Azcón el jueves y voxtezó, en el minuto de silencio, equiparando la violencia doméstica a la de género. La radiactiva presidenta de los ultracristianos, doña Polonia, no necesita modestia. Una organización tan católica, y aprostática debería anteponer la religión a su oficio agrupando a cristianos abogados y no al revés. La soberbia es un pecado. Les importa más su derecha, y su derecho, que su religión. Las siglas AC los datan con antelación a Jesucristo. Eso dice la prueba del cabrono-14, denominado así desde que confirmó la falsedad de la Sábana santa de Turín. Estos pírricos éxitos judiciales necesitan la complicidad de un ínclito juez, tan osado como Osante, que prohíbe el arcoíris y bendice crucifijos municipales. Las derechas mañas están raras. Los críticos del PAR también van de trans, conspirando el paricidio de Aliaga. Quieren dejar de ser par, no para ser impar, sino «no binarios».

Los rebeldes se acercan a los naranjas, preocupados por si Teruel existirá en la Aljafería. El club de afectados por Guitarte crece en ansiedad. En el Pignatelli, unos miran y otros no respiran. Mientras, Beamonte asiste de testigo al duelo de época en la querella de Contín contra Navarro. Don Sebastián ha comenzado la batalla con un «gambito de dama Violeta».

¿Responderá don Pedro con una defensa siciliana?