El 18 de mayo murió Franco Battiato. Desde entonces ando buscando la manera de escribir sobre él algo que no suene a necrológica de circunstancias y que no parezca la hagiografía sentimental de un fan. Ha pasado más de un mes y me dispongo a escribir esto con la única certeza de que Battiato merece mis palabras y de que debo ser capaz de llegar desde la Luz que desparramó Battiato sobre el mundo, hasta las sombras de la indignidad oculta en la factura de la luz. Una travesía difícil, una de esas en las que Ferlosio afirmaba que había que doblar el Cabo de Buena Esperanza de la palabra sin naufragar en el intento.

Battiato, que no bailaba ni cantando sobre el escenario, quiso que todos deseáramos danzar como balineses en días de fiesta, o como zíngaros, o como derviches, o como búlgaros al ritmo balcánico de Radio Tirana. Battiato, el excéntrico siciliano que dedicó gran parte de su vida a buscar un centro de gravedad permanente, casi nada... Battiato, el cantautor del pop, el intelectual de la música ligera, el místico oculto tras unas gafas de sol, el político que mandó a la mierda a los políticos, la antítesis de Berlusconi. Hay muchos Battiatos en Battiato: Italia, la música, Gurdjeff, Sicilia, una idea de la política, una idea del arte, una idea de la espiritualidad…

Me acerco al Cabo de Buena Esperanza con la esperanza intacta de encontrar el camino que lleva desde Battiato hasta la factura de la luz. Sé que existe, sé que está ahí y sé que debo encontrarlo aunque parezca una excentricidad. De Battiato a la Luz solo hay un paso, de Battiato al centro solo hay una búsqueda y de Battiato a la factura de la luz solo hay una contradicción inmensa, el oxímoron de eso en que se ha convertido el Estado del Bienestar.

El Estado del Bienestar es la aspiración más noble de los poderes laicos, lo mejor que pueden ofrecer los gobernantes democráticos a sus democráticos gobernados, el anhelo último de toda revolución: el bienestar para todos procurado entre todos, la procura existencial asegurada para todos los humanos en un entorno de paz.

Pero ¿qué es la procura existencial? ¿Qué bienes, servicios y facilidades la integran? Hoy toca hablar solo de lo material, a pesar de Battiato. Dejo a un lado los derechos, los presumo; y centro el foco solo en los recursos, en las prestaciones, en las condiciones mínimas esenciales para acariciar ese bienestar que casi alcanzamos, pero que se nos escapa una y otra vez entre las manos, cuando creíamos tenerlo asegurado.

Disponer de una vivienda digna, provista de suministro eléctrico, agua potable y conexión a internet. Tener acceso gratuito a una sanidad que nos cure las enfermedades cuando las padecemos y que nos proteja de invisibles amenazas. Poder aprender todo aquello que deseemos sin que importe el precio de ese aprendizaje. Disfrutar de unos ingresos mínimos a lo largo de toda nuestra vida, que nos permitan cubrir lo poco esencial que queda después de tener todo lo anterior.

Todo lo demás es opcional y depende de nosotros, pero lo que acabo de enumerar debería sernos dado por el fruto de nuestro trabajo o por el Estado. Tras milenios de miseria, las sociedades modernas estarían en condiciones de garantizar todo eso para todos, al menos en las partes más civilizadas del planeta.

Y sin embargo, días después del regreso de Battiato a ese centro que se le escapaba de las manos como un pez resbaladizo, nuestros gobernantes nos ofrecen la mayor miseria a la que nos puede condenar un Estado del Bienestar desnaturalizado: que andemos hablando todo el día de a qué hora pondremos la lavadora para ahorrarnos unos cochinos euros al mes. Que andemos todo el día pensando con quién deberíamos contratar el suministro de electricidad. Que nos dejemos las pestañas tratando de entender la factura de la luz. Que dediquemos tiempo y esfuerzos a asociarnos para comprar kilovatios en grupo. Que nos consuma la mente y el cuerpo la angustia del frío en invierno o del calor en verano, como si fuésemos trogloditas modernos con una calculadora en la mano.

«¿La civilización era esto? ¿Ma che razza de civiltà è questa?» podría ser el título de la canción que esté componiendo Battiato ahora mismo, viéndonos danzar no como balineses en días de fiesta, sino como peleles al son de la vulgar melodía que suena en el contestador automático de una compañía eléctrica cualquiera.