Dejemos claro el objetivo de estas líneas: Hacer un llamamiento a todos aquellos que quieran construir un Aragón realmente vertebrado, solidario entre sus distintos territorios y donde todos sus ciudadanos tengan las mismas oportunidades de pleno desarrollo vital en sus lugares de origen, si así lo estiman conveniente. Si a ello además sumamos a personas venidas de otros lugares el resultado de todo ello acabará siendo magnífico.

Y el eje sobre el que pivotar su construcción solo pueden ser las personas. Partíamos en el Altoaragón con un 20% menos de población al acabar el S.XX (datos de 2001). Y en la provincia de Teruel con un 46% (como lo leen, casi uno de cada dos…). Y todo y que la tendencia hace esfuerzos por corregirse en este siglo, no lo hace al menos con la suficiente energía. Menos aún si, al menos durante los últimos 25 años, considerásemos además única y exclusivamente el porcentaje de nuestros jóvenes mejor o más formados académicamente; pongamos, por ejemplo, con una titulación universitaria. Por que en ellos es donde también (pues considero que no se ha hecho hasta ahora, no al menos de un modo suficiente) conviene poner en buena medida el foco. Son ellos los que, desde y gracias a su conocimiento, serán capaces de generar las oportunidades laborales de calidad que nos permitirán a todos poder materializar ese anhelo. Si no logramos que se queden, que regresen, ¿qué podemos esperar como territorio de los próximos treinta/cincuenta/cien años? Parece lejano, pero hablamos de nuestros hijos y nietos…

Confiábamos para ello en los fondos europeos para la recuperación. Pero estamos a primeros de julio y no ha trascendido públicamente ninguna iniciativa basada en la comunicación previa y en la interlocución directa con los interesados y/o afectados que nos permita cuando menos intuir que, gracias a ese volumen ingente de recursos económicos que se van a recibir, nuestros hijos y hermanos, vecinos, sobrinos y nietos más y mejor formados académicamente podrán desarrollar su proyecto vital, si así lo estiman conveniente, allí donde nacieron, sin tener que acabar engrosando el censo de esas grandes urbes a las que, a día de hoy, van inexorablemente dirigidos. Lo único que trasciende públicamente, al margen de inversiones concretas pero que en su mayoría tienen un receptor claro, podría resumirse en tres aspectos:

El primero de ellos, que no parece que exista un plan definido con acciones y medidas concretas que incentive o en su caso incentive a las grandes empresas a deslocalizar hacia poblaciones medianas (y el término mediano en Aragón puede resultar marginal en otras regiones), oportunidades profesionales de alto valor añadido capaces de permitir la retención y el retorno (siempre voluntario) de nuestros jóvenes, generando una verdadera vertebración del territorio precisamente en uno de los territorios del país más invertebrados que existen, más allá de severas y grandes apelaciones al autoempleo y al emprendimiento y, cómo no, al recurso del turismo.

El segundo, ligado al anterior, que no parece que existan iniciativas que promuevan e incentiven el mantenimiento de nuestros jóvenes en el territorio a través, por ejemplo, de una política de vivienda no solamente posibilista, sino también atractiva (me pregunto el porqué de copiar estándares habitacionales urbanos en el medio rural donde si disponemos de algo es de suelo…). Si además suprimimos servicios ferroviarios, o los que existen están claramente descontextualizados de modo que no resultan susceptibles de uso y encima queremos que sean rentables…

El tercero es el tema de la energía. Leíamos con estupor estos días en un diario de ámbito nacional que «(…) Aragón, una tierra despoblada y de tierras yermas, el exponente de la España vacía, se presenta ahora como una comunidad privilegiada exhibiendo recursos antes ni considerados (viento, sol)…» Prefiero no extenderme. ¿Despoblados, yermos, así nos ven? Según datos de Red Eléctrica Española, Aragón fue, tras Extremadura, la segunda comunidad que más incrementó en 2020 la potencia instalada renovable. ¿Sorprendidos?

Y entonces todos nos preguntamos, ¿dónde y quién consume toda esa energía verde generada en nuestro territorio? ¿En qué se beneficia, por ejemplo, el Altoaragón y sus gentes de todo ello? El pasado 17 de mayo ya me pronuncié al respecto y ponía el foco en la deuda histórica que el país tenía con este territorio y con sus gentes, que solo podía saldarse mediante un plan que posibilitara la retención y retorno de nuestros jóvenes y todos aquellos que vieran nuestro territorio como el lugar idóneo donde desarrollar su proyecto vital mediante, eso sí, oportunidades profesionales de calidad. Y que además ello pasaba inexorablemente por la intervención al respecto de nuestros gobernantes, ante la aparente ausencia de una verdadera responsabilidad social corporativa por parte de las grandes corporaciones del país, especialmente reprochable en aquellas que tiempo atrás tuvieron un carácter público. Si el recurso se genera en el territorio, y en especial en el medio rural, es aquí donde debe utilizarse y explotarse, generando aquí los empleos de calidad y la riqueza (no solo económica, también social, demográfica y cultural, etc.) privada en décadas anteriores.

Hace más de setenta y cinco años nuestras generaciones anteriores dieron la batalla ante el temor, la desidia y en muchos casos la complicidad de los gobernantes de entonces, viendo inundados sus pueblos y valles en pro de un desarrollo energético y de un progreso económico y social del que fueron los grandes olvidados y que pasó de largo de sus territorios, obligándoles a una inmigración injusta e irreversible en muchos casos. Setenta y cinco años después volvemos a especular con el territorio, usándolo al antojo para que el recurso energético sea utilizado y consumido a centenares de kilómetros de distancia del lugar donde se generó, posibilitando en esos lugares (casualmente los mismos que entonces, los territorios de siempre) un progreso económico y social, aupado además por nuestros jóvenes más y mejor formados, privado al resto.

Y es momento de negarnos, y de exigir, de decir ¡que ya basta! ¡Hagan algo, ayúdennos a hacerlo, que estamos a tiempo!

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