Estamos constatando que proliferan determinadas actitudes muy negativas para una sociedad democrática, que divulgan los medios y algunos partidos, y aceptadas sumisamente por amplios sectores de la sociedad. La xenofobia y el racismo que se ha normalizado y se ha reflejado en un cartel de inspiración nazi en una reciente campaña electoral. El machismo, la negación de la violencia de género y la homofobia que defiende un partido, al que se le recibe sin problemas y se le agasaja en los medios, y al que votan millones de españoles. La defensa y enaltecimiento de una dictadura por parte de determinados políticos, a los que votan también sin problemas muchos españoles. Tales actitudes están generando un mundo de hostilidad hacia el otro. Está expandiéndose una epidemia de odio. Es preciso acabar con el odio, el desprecio y la injuria. No vamos a contemplar el veneno del odio en las calles, en los medios de comunicación, en las redes, en el Parlamento… Nos estamos jugando la democracia. Lo que no sé si es consciente de este peligro la sociedad española.

Según José María Agüera Lorente, catedrático de Filosofía, en su artículo La educación pública en la pandemia o el valor de lo esencial, en las sociedades multiculturales como la nuestra es más preciso que nunca un espacio en el que se encuentren los integrantes de las nuevas generaciones, donde se practique la convivencia de las diferencias culturales y de identidad procurando la corrección de las actitudes que puedan dar lugar a conflicto. La escuela pública es ese espacio, el único diría yo, en el que los jóvenes aprendices de ciudadanos han de compartir su tiempo cada día con otros con los que sería complicado que pudiesen coincidir en otros lugares. Además, la escuela pública es hoy el lugar fundamental de aprendizaje de la práctica de la convivencia democrática. Todos los centros educativos de la red pública conforman una república del acogimiento cívico, formalmente exenta de factores que incidan en el agravamiento de las diferencias sociales, económicas, étnicas, culturales (la religión incluida), y de los que no hay garantías que estén libres la gran mayoría de los colegios concertados, ya que estos usan mecanismos de exclusión en el acceso a determinados alumnos como inmigrantes o de etnia gitana.

En base a lo expuesto, la escuela pública muchas veces en solitario y además poco valorada socialmente su labor, ha de contrarrestar las actitudes negativas comentadas, con los valores de la tolerancia, la solidaridad, respeto a la diversidad, amor por la libertad y la justicia, el espíritu crítico, valores dirigidos para hacernos mejores, mujeres y hombres libres y capaces de saber vivir y contribuir a hacer un mundo mejor, más solidario, más inclusivo, y más respetuoso con los demás y con el medio ambiente. Fomentar en la escuela pública todos estos valores es mucho más importante que enseñar los conocimientos propios de cada materia o el bilingüismo, que nadie los cuestiona.

De todo este trabajo encomiable y fundamental de la escuela pública, que es probablemente el elemento más vertebrador de nuestra sociedad, ignoro si lo conoce la sociedad. Si alguien lo duda, puede pasarse por los recreos de 2 colegios públicos de las Delicias, José María Mir y el Padre Manjón, donde podrá comprobar cómo conviven sin ningún problema alumnos de diferentes nacionalidades. Todo un ejemplo para los mayores. Mas, con frecuencia ese trabajo la sociedad lo entorpece. La justicia avalando un cartel electoral, claramente xenófobo, contra los Menas. Poco ha, se hizo viral el texto de una profesora, jefa de Estudios y coordinadora covid de un instituto, del que había alumnos contagiados en el viaje a Mallorca, donde se lamentaba amargamente de la irresponsabilidad de sus alumnos: «Os vais a Mallorca en busca del Coronavirus después de que, durante meses, en el instituto, nos hayamos dejado la vida para que no os contagiéis y no contagiéis a vuestras familias. Algunos alumnos pretendieron cambiar las fechas de algunos exámenes para poder ir al viaje». El pasado 2 de julio en el programa Espejo Público de Antena3, que presenta Susana Griso, se debatió el confinamiento de los estudiantes en un hotel de Mallorca. Uno de los tertulianos, Carlos Cuesta de OK.diario, medio paradigma del pluralismo informativo, con tono despectivo acusó a la profesora, jefa de Estudios y coordinadora covid: «La profesora quería un minuto de gloria y ya lo ha conseguido». Tampoco facilitan la labor educativa algunos padres. Hablo por larga experiencia. No sin razón, se preguntaba el psicólogo y humanista alemán, Eric Fromm: «¿Por qué la sociedad se siente responsable solamente de la educación de los niños y no de la educación de los adultos y de los padres que dicen educar a los niños?». Porque una cosa es ser padre y otra muy distinta, ser padre educador.

Termino con una referencia al libro Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio de profesor, del profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona, Jorge Larrosa. En el texto de su presentación nos dice: «Un homenaje a los profesores y a las profesoras que, contra viento y marea, continúan haciendo bien su trabajo y levantando diques en escuelas, institutos y universidades públicas para que el mundo no se deshaga y el suelo en el que crecen los niños y los jóvenes no sea del todo hostil».