Cada crisis económica arrastra consigo millones de puestos de trabajo, con mayor incidencia sobre los sectores más dañados. Empleos que no siempre se recuperan y que a veces incluso acaban por enterrar oficios. Es lo que está ocurriendo ahora con el sector de la hostelería, que tras un año de cierres, ertes y vaivenes horarios, se ha generado una migración de muchos de estos empleados hacia otros trabajos alternativos. Algo similar ocurrió con la crisis de 2008, que afectó de lleno a la construcción y arrastró a otros oficios tradicionales ligados a ella: electricistas, fontaneros, carpinteros o pintores. Pero hay más, ebanistas, barnizadores, zapateros remendones, herreros, torneros, modistas... Tanto que ya se han alzado voces que alertan de la falta de mano de obra especializada.

Hay quienes van más lejos y ven en la pérdida de la figura del aprendiz, otrora imprescindible hasta en el comercio y la banca, el inicio de la actual situación. En esto y en la durante años poco prestigiada Formación Profesional (FP), a la que se derivaba a los escolares fracasados o poco empáticos con los estudios. Por eso es importante que la reforma de estos estudios que pretende el Gobierno sea eficaz al aunar la adquisición de conocimientos generales y específicos con las prácticas en empresas. Y que los empresarios se impliquen no solo en el acogimiento de los estudiantes sino también en la supervisión de su formación laboral y, sobre todo, en remunerarles el trabajo.