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Hoguera de manzanas

Olga Bernad

Nunca como un tonto

Ha empezado otra vez el curso, con esa costumbre que tiene el tiempo de ser incansablemente cíclico. Todo lo que hemos pretendido ignorar en el mar de los veranos vuelve a llamar a la puerta y queremos abarcar tareas procrastinadas, limpiezas de armarios y análisis de todos los telediarios. Cánovas del Castillo decía que, en política, lo que no es posible, es falso. En la vida pasa igual. Nos cuentan ahora nuestros próceres nacionales e internacionales que no se puede controlar el precio de la luz, que no se puede hacer nada en Afganistán y que la vida es así, oye.

Pero la vida seguramente no es así; la han hecho así. Y parece que ahora a uno no le queda más remedio que entonar el clásico «me avergüenzo de ser occidental» aunque no haya tenido posibilidad alguna de influir en las decisiones profundas y en las acciones que trajeron estos polvos y lodos. Entre las discusiones de expertos y expertillos sobre las causas de tales efectos se oye el eco lejano de antiguos bizantinos discutiendo del sexo de los ángeles mientras los otomanos ponían cerco a Constantinopla. Y la pasión (solo dialéctica) se expande como en una orgía rara mientras cada cual arrima el ascua a su sardina, acompasado por las palmas de su clá.

Analizar lo que ha pasado, o intentarlo, está muy bien, pero a mí me gustaría saber qué va a pasar ahora, si hay algo que hacer con la luz, con Afganistán y con el futuro, además de tener que avergonzarnos de todo personalmente. La humanidad en general debería olvidar las adhesiones incondicionales a sus amados líderes y recordar a La Rochefoucauld cuando dijo aquello de que un ser inteligente puede estar enamorado como un loco, pero nunca como un tonto. Sin embargo, a veces lo evidente es imposible, y entonces también es como si fuera falso. Otro día intentaré hablar de esperanza.

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