Hoy se celebrará la primera reunión de esta legislatura de la mesa de diálogo y negociación entre los gobiernos de España y Cataluña. En los días anteriores a la reunión, la composición de la delegación del Gobierno central, la agenda de temas a debatir, las manifestaciones de desinterés desde Junts per Catalunya y finalmente el encontronazo entre Aragonès y sus socios de gobierno han acaparado el debate. En los próximos días lo harán las valoraciones que puedan merecer el desarrollo de las conversaciones, el grado de concreción del calendario de trabajo y el contenido de las carpetas tratadas. Pero ni el ruido previo ni el posterior, ambos igualmente previsibles, deberían ocultar que la verdadera importancia de la mesa que debe ponerse en marcha hoy es su propia celebración. El reconocimiento de que en Cataluña hay un problema político que debe encontrar soluciones políticas. De que la vía es el diálogo y no la aplicación unilateral de ningún proyecto político. Y de que hay diversas voces que legítimamente tienen derecho a ser escuchadas (aunque el planteamiento de una negociación bilateral entre gobiernos sin otra instancia de diálogo en el interior de Cataluña sigue sin dar el reconocimiento debido a la necesidad de atender las inquietudes y demandas de la mitad de catalanes que nunca se han sentido comprometidos en el proyecto del independentismo).

Quien espere resultados palpables e inmediatos de la mesa se engaña: ninguna de las dos propuestas de máximos (reconocimiento de la autodeterminación y amnistía o recogida de velas del independentismo para volver a la situación previa al procés con la cabeza gacha) son asumibles, y el principal resultado de la mesa solo puede ser, por ahora, garantizar el tiempo necesario para que eso se pueda asumir por ambas partes. Solo quien tiene como único objetivo el fracaso del diálogo se rasgará las vestiduras por la falta de resultados inmediatos. No se puede esperar otra cosa desde las posiciones de Junts, que si ya avisaban con el gesto desleal de Puigdemont de acudir a la Asamblea Nacional Francesa el mismo día del encuentro, lo confirmaban con el desafío a Aragonès sobre la composición de su parte de la delegación.

Pero descontada ya la actitud de Junts, los dos verdaderos interlocutores del encuentro de hoy, Sánchez y Aragonès, PSOE y ERC, deben medir muy bien su comportamiento en este foro de diálogo. Ambos se juegan mucho. Según qué propuestas pongan en la mesa no solo se encontrarán en una situación más o menos incómoda con su respectivo adversario, la derecha española, que espera cualquier gesto de apertura de Sánchez para llamar a rebato, o los seguidores de Puigdemont, pendientes de reprochar a ERC un escaso rédito de su estrategia pactista. Si ERC insiste sin matices en demandas maximalistas solo hará que dar argumentos al Partido Popular. Si el PSOE acude a la cita sin un camino que seguir no hará más que reforzar la estrategia de Puigdemont y los suyos. Unos y otros ponen en juego su capital político. Pero también llegan a un punto en que deberán integrar en sus cálculos a quién quieren favorecer. El mero hecho de mantener la apuesta por el diálogo junto a los indultos a los políticos que acudieron ante la justicia están cambiando el clima político en Cataluña. Ese intangible debe ser puesto en valor. Ahora hace falta que desde el PSOE se acepte que hay que dar algún paso y que desde Esquerra se acepte que el diálogo también debe ponerse en marcha entre catalanes.