Contaba Baudelaire que en una ocasión llevó a una puta de cinco francos –a la que frecuentaba bastante– a dar una vuelta por el Louvre. Para su sorpresa, la muchacha se pasó la visita tapándose los ojos y haciendo melindres ante las inmoralidades que se veían en las obras de arte. Afortunado Baudelaire, a quien tamaña incoherencia vital aún podía sorprenderle. Recordando la anécdota, he pensado que hoy no encontraría consuelo ni en las drogas. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a que en algunas redes se censure y castigue la presencia de un pezón o una palabra de más, mientras las señoritas de contacto campan como Pedro por su casa. Una amiga probó a poner el verso de Góngora «Hermana Marica, mañana que es fiesta…» y, efectivamente, recibió inmediata reprimenda porque su comentario no se ajustaba a la ética y a la moral y blá. Decir «Marica» es contrario a la convivencia, sin más análisis ni conocimiento. Colgó pantallazo del asunto y a muchos nos entró esa risa nerviosa que te entra cuando lo risible da la talla también de lo terrible.

Pero es que lo mismo pasa con mil cosas. Cuantos más afectados y dramáticos gestos elaboran algunos acusando a los demás de cargar de sesgo político cualquier opinión, más lo hacen ellos sin vergüenza ninguna; cuanto más se quejan, valientes y justicieros, de las componendas y el amiguismo imperante, más suelen formar parte de pequeñas (y a veces lamentables) cuadrillas que tendrían tinte mafioso si no fuera porque lo que no suelen tener es maldita importancia. Parecen ser todos seguidores acérrimos de Cicerón: «Con la virtud por guía, con la fortuna por compañera». 'Mais non'. Observen el aspaviento de beata de las de antes –pero con evangelios de ahora, sean estos cuales sean– y tengan por casi seguro que, cuanto más exagerado es, más barro esconde. Y más barato.