Cayetana Álvarez de Toledo realizó una entrevista hace unos días en la Televisión Española donde mostró que era una persona con capacidades, con un discurso nada enlatado, sin argumentarios vacíos e insípidos. Nada que ver con el político-lingüista que florece en estos lares: como no tiene nada que decir se inventa palabras. Creo que dijo algunas cosas para la reflexión, como su ataque al feminismo oficial por considerarlo discriminatorio hacia el hombre, con algunas razones y parece que con datos. Señalaba que, ante los jueces y policías, por principio, la mujer es la agredida y vale más su palabra que la del hombre. Algo de esto se oye, en este mismo sentido, en la calle por personas de ideologías diversas y declarados/as feministas. O como decía hace unos días la escritora, también señora bien, Carmen Posadas: «como soy mujer, tengo la patente de corso para decir lo que los hombres no pueden. Cuando veo estupideces de otras mujeres lo digo con todas las letras, porque juega en contra de nosotras». O que se tenga que firmar libros con seudónimos de mujer como en otros tiempos algunas mujeres firmaban con seudónimos de hombre.

Cayetana y sus iguales

Cayetana es marquesa. Ha dispuesto de recursos para recibir una formación exquisita que le ha permitido su desarrollo personal y profesional. Ve un mundo, como la asociación que fundó de Libres e Iguales, de aristócratas quizá, al que se puede enfrentar y donde se puede sentir cómoda y con los medios suficientes para desenvolverse. Cierto que, en ocasiones puede bajar hasta el barro, pero seguro que con buenas botas.

¿Está todo el mundo en esas mismas condiciones, en la misma base de partida para alcanzar unas cotas que de verdad te hacen libre? Pregunta retórica y respuesta negativa. Efectivamente hay diferencias de cultura, medios y capacidades varias que limitan la libertad de muchas personas. Hoy por hoy, importantes sectores de la ciudadanía y en particular de la mujer, se encuentran en el segmento de personas en inferioridad de condiciones por cuestiones de trabajo, renta, dependencia, cultura o simplemente de autopercepción social por unos y por otras. En resumen, en un sector amplio de la sociedad hay diferencias desigualadoras.

Para ser libres hay que ser iguales. Cayetana para caracterizar la igualdad se fija en la libertad negativa aquella por la que no se te prohíbe hacer nada que no atente contra la libertad de los demás, no hay una coacción externa que te obligue a actuar. Ahí todos son iguales. Es la postura ultra liberal que se extiende a todos los ámbitos de la vida: libertad para elegir la escuela, libertad para defenderte incluso con tus propias armas, libertad para organizarte tu plan de pensiones, y por supuesto para disponer de todos tus ingresos sin pagar impuestos, precisamente para atender a aquellos que no alcanzan para generar sus propias libertades. Sin embargo, para el ejercicio real de la libertad se necesita lo que Isaías Berlín llamaba la libertad positiva, es decir, aquellos recursos y capacidades que permiten ejercitar determinados derechos que de otra manera no se podría.

Rechazar por un principio de distinta ideología las opiniones de la marquesa es un simplismo de actitudes acríticas. Más oportuno sería reflexionar y actuar más allá de la mera consigna o con posicionamientos apriorísticos, como la ministra del ramo hace en bastantes ocasiones con una especie de feminismo fake (aunque se crea el auténtico), como señalan otras feministas. Se trata de evitar actuaciones y políticas que también generan desigualdades, a combatir, precisamente por aquellos para los que la igualdad es una palabra con contenido, no un principio vacío o con atributos y valoraciones del siglo XIX. En un reciente ensayo sociológico, Gente casi perfecta: El mito de la utopía escandinava (2018), se realiza una disección de los cinco países escandinavos. Se trata de países donde las políticas de igualdad en todos los ámbitos constituyen una avanzada en la que muchas veces nos miramos. En el tema de género, el autor relata unos hechos en un país como Suecia en los que se observa un sector de hombres acobardado ante la mujer. En este sentido países como el citado se están planteando una revisión de si, en alguna versión del feminismo, no se han pasado de frenada.