Seguimos pese a todo y eso basta para celebrar que estrenamos calendario. Empezar el año trabajando no gusta a casi nadie, pero tal y como andan las cosas es un motivo de alegría porque confirma que seguimos vivos y con empleo. Dos años de pandemia atroz han rebajado tanto las expectativas que traiga lo que traiga 2022 solo pueden ser cosas buenas. Observo al despertarme tras unas campanadas sin cotillones que la prímula tan modesta como hermosa que ocupa un discreto rincón del salón de casa se ha marchitado esta noche, pero con un simple vaso de agua su pétalos recobran su intenso color amarillo y se yergue de nuevo en busca del tímido rayo de sol que no existe en este invierno en el centro del valle del Ebro. El tropismo de la prímula es la perfecta metáfora de nuestra vida, que oscila en la montaña rusa por la que circula entre onda y onda epidémica.

Veo algunos discursos de los presidentes autonómicos en Nochevieja. Todos tan prescindibles como los del Rey. Hace mucho que se acabó la tradición de muchas casas en las que el patriarca mandaba callar a las nueve menos un minuto de la Nochebuena para atender los lugares comunes que nos dedicaba el antiguo monarca. Ahora eso ya solo lo hace Imanol Arias en el Cuéntame. Los presidentes autonómicos nos dicen que sus respectivas comunidades son las mejores, las que todo el planeta observa con envidia y admiración. Se lleva la palma el discurso del presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, que lo termina con muy poco arte pidiendo una caña en la barra de un bar vacío a un camarero con mascarilla. También queda ridículo que Pere Aragonès lo haga desde una escuela.

No son mejores los balances de año realizado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Pablo Casado. Uno, entre frases épicas y grandilocuentes, demuestra una euforia imprudente. El otro, en su habitual línea catastrofista no es capaz de aportar una propuesta, algo original y que no sea previsible. Ni es todo bien ni es todo mal. Ambos se podrían evitar estos discursos que, como los del Rey o los de los presidentes autonómicos, parecen subestimar la inteligencia de una ciudadanía que, en líneas generales, demuestra una madurez y responsabilidad más elevada que la que apreciamos muchas veces en nuestras asambleas. Cierto es que las Cortes de Aragón se vuelven a salvar. Se han aprobado los Presupuestos y en la mayoría de las intervenciones se oyen argumentos que reconcilian con el parlamentarismo. Ojalá la buena política se recupere este 2022, aunque tampoco parece muy probable.

En el hospital San Jorge de Huesca muere por covid un hombre que no quiso someterse al protocolo terapéutico y reclamó ser tratado por ozonoterapia, a pesar de que no hay ninguna evidencia científica que avale su eficacia. Un juez determinó que se le aplicara porque también aquí su interpretación jurídica prevalecía sobre los criterios médicos. La Justicia ya no solo dictamina si las medidas que decreta un Gobierno se ajustan a Derecho. Ahora, por lo que se ve, también puede dar la razón a un paciente para que sea atendido según su propia creencia, más válida incluso que el conocimiento científico. Entonces me acuerdo de ese tópico al que apelan los políticos cuando no les gusta una sentencia y me pregunto si todavía se puede decir eso de «lo respeto pero no lo comparto».

Echo un vistazo a las redes sociales y compruebo que cada vez más gente pasa la Nochevieja sola, en pijama y aferrada a la nostalgia cáustica de los Cachitos de hierro y cromo (¡qué buen nombre para homenajear al gran Kiko Veneno!) de La2. Y pienso que quizá debería preocupar tanto como el bienestar de nuestros niños las dificultades de muchas personas, no solo ancianas, para combatir su soledad y tener una adecuada conciliación personal y afectiva.

Y así pasa el primer día de un año que ojalá nos traiga muchos ratitos de gloria. Llegue o no llegue en el mercedes blanco de la canción del artista gaditano.