Un incompetente es la persona idónea para un puesto que no es el adecuado a sus capacidades. Incompetentes son, también, quienes no saben desarrollar sus habilidades en tareas para las que se supone están capacitados. Es una de las cualidades negativas que tiene mejores consecuencias para sus autores. Consiguen que otros realicen su trabajo y sus responsables prefieren que los incompetentes no hagan nada o cambien de zona de influencia.

‘Incompitentes’

El incompetente triunfa en el momento que alcanza tan señalada titulación ante los demás. La rendición incondicional de sus adversarios competentes le otorga la merecida graduación en inutilidad supina. Filosóficamente, el incompetente es un ser trascendente porque está más allá de cualquier conocimiento posible. La incompetencia es irracional. Por eso las creencias, las supersticiones y las religiones son macrogranjas de incompetentes.

Decía Woody Allen que Dios o era cruel o incompetente. Lo que sería una redundancia, viniendo de la perfecta bondad divina. También hay clases en la incompetencia. Los que denuncian que viven rodeados de incompetentes, son faros de su ceguera propia. La negación de su misma inutilidad les lleva a expandirla alrededor.

Esta mezcla de estupidez y maldad es el cemento de una incompetencia con mando. Si no hay galones, se suma a estos ingredientes la pereza del escapismo ante cualquier responsabilidad. Otras veces tildamos de incompetente a alguien porque ha hecho lo que entendió y no lo que queríamos que hiciera.

Debemos revisar si la comunicación es una de nuestras mejores competencias. Luego está la incompetencia temporal que nos lleva a no acertar con el momento oportuno, incluso haciendo lo correcto o lo natural.

Como ven la incompetencia está demasiado presente en nuestra vida y hasta en nuestra inoportuna muerte. Diríamos que se sobrevalora la importancia de los incompetentes mientras se minusvalora la normalidad de una eficacia que cumple, sin más. Los discretos que rinden, y no se escaquean, transcurren por el trabajo y por la vida sin medallas. Los jetas falsifican su biografía vital y su ritmo laboral, de una forma muy competente, traicionando su principal habilidad.

Los compañeros que se protegen, mutuamente, en su incompetencia son «incompitentes». El principio de Peter (1969, Laurence J. Peter) es un libro en el que se constata que: «todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia». Una idea que se complementa perfectamente con otro axioma, el principio de Dilbert, que señala que las organizaciones tienden a ascender a sus empleados menos competentes a cargos directivos, para limitar así el daño que son capaces de provocar. Estos conceptos han triunfado y son todo un clásico en la psicología de los recursos humanos.

No es posible analizar la competencia de una persona para un puesto de trabajo, aislando cada una de estas variables. Un empleado puede desempeñar diversas funciones con eficacia, al igual que varios trabajadores pueden ejercer con éxito una misma tarea, al margen de su experiencia previa.

Las relaciones de puestos de trabajo, serían más competentes si la valoración de personas estuviera más presente que la de las sillas que ocupan. Lo mismo pasa con los salarios. ¿Por qué no va a cobrar más un empleado de menor categoría profesional, muy competente, que un responsable que sólo compite por jubilarse cada lunes? Ya lo sé. El riesgo es que un incompetente juzgue a los competentes. Pero si nos rendimos, ya han ganado los malos.

La tensión internacional nos retrotrae a una «guerra fría» que sigue caldeada desde el final de la Segunda Guerra Mundial (¿o era la Primera, o antes, o siempre ha sido así…?). La competencia entre bloques se ha convertido en la incompetencia de los máximos dirigentes de Rusia y Estados Unidos.

España moviliza dos buques de apoyo y la oposición saca a calentar a Marta Sánchez. Será porque el CIS refleja que las derechas siguen impotentes ante el gobierno de Sánchez.

Pero el protagonismo social lo han tenido los informes de Cáritas y del Banco de España, cada uno desde su perspectiva, alertando de la exclusión social que, tras la pandemia, afecta a los más débiles. El sufrimiento de los ricos implica que han minorado un 4% sus ingresos, mientras que los menos pudientes han perdido un 18%. Esto ha llevado a once millones de personas a la exclusión social. De ellos, seis millones están en riesgo de pobreza severa. Con este panorama, la prioridad de ser competitivo es de «incompitentes».