Estamos en guerra. No desde hace algo casi un mes que comenzó la escalada rusa contra Ucrania sino desde hace un par de años que nos sorprendió la tormenta perfecta, la era Covid, el comienzo del fin de un sistema de derechos y libertades que parecía molestar a unos cuantos, porque no facilitaba lo suficiente el control absoluto de la población. Del pánico a la muerte por pandemia, al horror humano derivado de un conflicto bélico. El miedo como herramienta de control social se ha instalado en nuestras vidas, y lo peor de todo, que no somos ni conscientes para poder luchar contra un sentimiento inducido y construir desde otro plano. No desde la individualidad sino desde la colectividad, el mejor de los caminos que históricamente ha permitido a las sociedades contrarrestar la amenaza del poder global. Toca atarse los machos, salir a la calle, como lo han hecho los transportistas, y plantar cara al Estado y a todos aquellos estamentos generadores de grilletes de diversa índole (energéticos, sanitarios, alimentarios...), desde las distintas instancias habilitadas en nuestra sociedad para posibilitar los cambios. Podemos romper las barreras que construyen los fabricantes del miedo. No dejemos que nos posea ese pensamiento inducido que nos lleva a desconfiar de los otros, a enfrentarnos a ellos, a atribuirles la culpa de lo que ocurre o de lo que llegue a suceder. Divide et impera (divide y vencerás). No consintamos que aquella máxima gloriosa del emperador romano Julio César, guía de la práctica política de los actuales tejedores de la red, consiga arruinar el futuro de nuestra raza. Activemos, entonces, nuestro código rojo particular. Solo así conseguiremos prevenirnos de una muerte como individuos y como sociedad. Juntos, venceremos.