Este fin de semana nos hemos enterado de que una parte del Gobierno español ha decidido cambiar nuestra política con respecto al conflicto del Sahara.

El Parlamento, donde debería haberse debatido esta resolución, y los partidos de la oposición (incluido el que, de manera ingenua, eufemística, afirma compartir los bancos del poder) no sabían nada. Argelia, el país más damnificado en sus reclamaciones políticas y territoriales por el súbito apoyo de España a Marruecos, tampoco. Al parecer, solo debían conocer de antemano esta maniobra Pedro Sánchez, los norteamericanos y los marroquíes. Los españoles de a pie, nada. Los saharauis en pie de guerra, menos aún. Ni la cabra de la Legión estaba al loro.

Mal termina (como estamos viendo) lo que mal había empezado medio siglo atrás, durante la agonía de Franco

Mal termina (como estamos viendo) lo que mal había empezado medio siglo atrás, durante la agonía de Franco, con la 'marcha verde' y la estampida de España del Sáhara. Igual de rápida y silenciosamente que entonces nos retiramos ahora sin intervenir con las partes en conflicto, sin mediar ni aplicar ningún tipo de resolución comunitaria. Han bastado las amenazas de Marruecos, unos cuantos saltos a las vallas fronterizas, una llamada de Macron, otra de Biden, para que pleguemos velas, no sea que nos invadan los puertos de Melilla y Ceuta, incluso ponga la armada marroquí proa rumbo a Canarias, tan cerca en el mapa del Sáhara, de las costas y barcos de Mohamed VI, y tan lejos de Willy Toledo.

Podríamos aprovechar la coyuntura, la concesión, la cesión de este gigantesco territorio a Marruecos para reclamar a cambio Gibraltar al Reino Unido y a esos Estados Unidos que quieren que 'la Roca' siga siendo británica, pero para eso habría que tener, además de un ministerio de Asuntos Exteriores con un titular tan relamido y opaco como Albares, una política internacional con las ideas claras, capacidad de decidir e intervenir.

Faltan por ver y por venir las consecuencias de nuestro apoyo para censar a los saharauis en el reino alauita. Argelia puede cerrarnos el grifo del gas y plantearnos problemas de abastecimiento, pero Sánchez no parece haber hablado con el presidente argelino. Su embajador se ha pirado de Madrid y nadie, ni siquiera Bardem, que debe andar rodando, parece dispuesto a hacer nada. El Sáhara ya nunca será libre, pero, ¿a quién le importa?