El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Sala de máquinas

Juan Bolea

Libros y parques

Rodeado de árboles y amigos, de lectores y flores, firmo este fin de semana libros en el Retiro madrileño y en el zaragozano Parque Grande. Esta combinación entre literatura y naturaleza le sienta bien a las novelas y mejor a los autores. Si, en cambio, firmamos en medio de una ciudad, de una plaza dura, o en un ámbito cerrado, entre moquetas y tubos de neón, un poco como que la literatura se ahoga en conglomerado y cemento.

Mis comienzos como escritor tienen mucho que ver con la naturaleza. Entonces buscaba en grandes y solitarios paisajes la inspiración que no me venía en las ciudades. Como si el contacto con el sol, la frecuencia del mar, el limpio horizonte del cielo fueran a aprovisionarme de geniales ideas e inolvidables personajes. Creía entonces que el ejercicio de las letras, el don de escribir, era un fenómeno hasta cierto punto natural, como el rocío de la mañana o las nubes viajeras de aquellos éxodos a los que me sometía en busca de una identidad puramente especular, que aún tardaría en adensarse en un estilo propio.

Hoy, sin embargo, ya no estoy tan seguro de que las arenas del desierto o las nieves vírgenes puedan transmitir una construcción argumental. Sensaciones, sí, por supuesto, y probablemente también sentimientos en apariencia puros, idealizados (por no compartidos), pero escenas, diálogos, giros en la trama... esos recursos ya son técnicos, humanos, derivados del oficio de escribir, y, claro está, compartidos con todos los lectores a los que uno pueda interesar.

¿Será acaso la naturaleza del escritor, más que las montañas o los ríos, el propio lector? Pudiera ser, porque es en el paisaje interior de cada uno de ellos donde crecen las historias.

En busca, pues, del hermoso interior de nuestros cómplices partimos hacia las Ferias del Libro con el morral lleno de nuevos relatos. En los parques, bajo la sombra de las acacias, junto a las adelfas y rosales, escuchando el rumor de alguna fuente hallaremos el sosiego necesario para hablar de lo que hemos escrito y mentalmente escribir lo que estamos hablando y lo que oímos de labios de ese lector que seguramente es tan bueno como nosotros contando historias, aunque no las haya vertido a las páginas de un libro.

Porque en último término, y del mismo modo que la naturaleza es una, y la cultura otra, novelista y lector son las caras de una misma moneda.

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