EL ARTÍCULO DEL DÍA

Irán, quizás ante su propia primavera

El país acumula toda una serie de protestas sociales, políticas y económicas en la última década

Fernando Martín Cubel

Fernando Martín Cubel

Irán acumula toda una serie de protestas sociales, políticas, económicas, que con especial incidencia se han multiplicado en esta última década: protestas electorales de 2009, protestas sociales de 2018-19, protestas de tipo económico de 2019-20, protestas de 2020-21 ante la carencia de servicios básicos para la población y sin olvidar el actual ciclo de manifestaciones de 2022 que se han iniciado tras la muerte el pasado mes de septiembre de Mahsa Amini a manos de la Policía de la moral por no usar correctamente el hiyab, y que a día de hoy no parecen dar cabida a una finalización de las mismas: con numerosas personas detenidas, fallecidas en las manifestaciones y con varias sentencias de muerte ya ejecutadas por el régimen y pendientes del futuro del jugador de fútbol iraní Amir Nasr-Azadani.

Estas protestas pueden simplemente ser una suave perturbación para un régimen como es el de los ayatolás, sin embargo cabe preguntarse ¿cómo se encuentra el régimen para hacer frente a estas protestas de 2022? Las elecciones de 2021 supusieron la victoria de los sectores más duros del régimen, en la figura de Ibrahim Raisi, y el acaparamiento del conjunto de las instituciones del régimen: poder ejecutivo, el Parlamento, el poder judicial, las fuerzas armadas y el poderoso Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán. Pero también, del análisis de los resultados electorales, destaca un dato muy interesante como es la baja participación del electorado iraní –con una tasa de abstención que rondó el 48,8%–. ¿Es muestra de una evidente desconexión y distanciamiento del régimen y su sociedad?

A su vez, y tal como bien indica Mónica Redondo, Irán en manos de los sectores más conservadores del régimen, y frente a las protestas, se enfrenta a tres crisis simultáneas de tipo económico, social, institucional: Altos costes de vida con una inflación que ya supera el 50% junto a una notable depreciación del rial, dificultades en los accesos a los recursos básicos como es el caso de la electricidad, una cada vez mayor toma de conciencia social de que el propio régimen es un obstáculo para proceder a las necesarias reformas sociales y políticas, una constante tensión entre mantenerse fiel a la naturaleza teocrática de la República Islámica o permitir una mayor apertura a procesos de participación democráticos, la situación del líder Ali Jamenei junto al papel dentro del régimen del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica, la transformación del hiyab como un símbolo religioso –inviolable y monopolizado en el régimen de ayatolás– a ser el símbolo político de las protestas.

Y creo por mi parte añadir una cuarta crisis, como es la generacional, de aquella parte de la población que ya no pertenece al Irán que fue protagonista de la revolución de 1979 y cuyos relatos de cambio combinados con su mejor adaptación a un mundo globalizado dista mucho del que representaron las generaciones de 1979.

Respecto a la realidad de las personas que se están manifestando, cabe señalar que frente a anteriores protestas, estas se están extendiendo en el tiempo, y que para el régimen de los ayatolás la hasta ahora aplicación de fuertes medidas represivas no parece generar fracturas en el movimiento contestatario. Otra realidad, es que las actuales protestas hay que integrarlas en un ciclo de inestabilidad social, política y económica iniciado en 2009 con el Movimiento Verde y que llegan hasta hoy.

Protestas en las que, si bien parecía que el foco de atención se situaba en los desposeídos de la periferias urbanas y de regiones iraníes, ahora aparecen sectores sociales como las clases medias y universitarias, así como de una cada vez mayor presencia de los hombres jóvenes en las mismas.

Junto a ello, el crisol étnico también se está viendo afectado ya que tanto en las zonas kurdas como baluchis, árabes, turcomanos y azeríes (de mayorías suníes) participan en las protestas para reclamar mejoras en el ámbito social, económico, político, lingüístico, cultural..., ya que hasta el momento una especie de centralismo político capitalino les había claramente obviado, junto a la aplicación de políticas represivas hacia estas minorías que en su conjunto vienen a representar el 40% de la población iraní.

Por último varias ideas propias y ajenas; como bien señala Ángeles Espinosa respecto al cariz de estas protestas «desborda el ámbito del feminismo y aspira realmente a un cambio de régimen». En segundo lugar, esta frase que para mí tiene una gran importancia a raíz de la detención de la actriz iraní Taraneh Alidoosti («We are not citizens. We never were. We are captives. Millions of captives» – «No somos ciudadanas. Nunca lo fuimos. Somos cautivas. Millones de cautivas»), y es el papel cada vez más determinante de las mujeres iraníes. En tercer lugar, la sociedad iraní ya ha generado la ruptura con el régimen de los ayatolás en el ámbito social y cultural, y cabe esperar que en lo económico, legislativo y político pueda producirse.

Y por último, puede esperarse que desde dentro del propio régimen teocrático deban producirse transformaciones que supongan una cierta evolución por parte de un régimen teocrático que nace en 1979 y que se ha caracterizado por el inmovilismo frente a los cambios reclamados por su sociedad. ¿Es posible una vía egipcia con un fuerte peso de los Guardianes de la Revolución Islámica en las instituciones, la economía y la sociedad al igual que sucede con el ejército egipcio, o una evolución hacia una autocracia como la turca, o sin embargo pueda optarse por objetivos ambiciosos como es el caso de Arabia Saudí con su estrategia 2035 que ayuden a dar cierta salida a las aspiraciones de su sociedad?

Mientras, una cierta primavera parece avanzar desde 2009 tras un largo invierno que se inició en 1979 en Irán.

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