TRAGO CORTO

Identidad desde la cuna

Borja Insa

Borja Insa

Desde pequeñitos apuntamos maneras. Mi actitud cuando era niño hacia los sabores, texturas o temperatura, sin duda tenía algo de especial. Por ejemplo, los espaguetis de mamá no eran igual si la pimienta era molida o en grano, mucho mejor cuando la ponía en grano, aun corriendo el riesgo de encontrar alguna bola picante que me arruinara el bocado.

Recuerdo que me cortaban los espaguetis, cuento esto asumiendo que alguno se puede ofender por ello, también recuerdo que los adultos los enrollaban y comían enteros, soñaba con que algún día yo también los enrollaría, intentaba hacerlo pero sin mucha insistencia, porque prefería comer a cucharadas y disfrutar del sabor y la textura que lograba mi madre en ese sencillo plato con la comodidad de la cuchara repleta.

Todo importaba, el tamaño del corte no era cosa banal, demasiado pequeño cambiaba la textura del bocado, y demasiado grande se caían de la cuchara. También la cuchara que usaba influía, tenía una en concreto, que era perfecta, no era de niño pero tampoco era de adulto, recuerdo que pensaba que la proporción de comida que abarcaba era la justa para mí, y claro, también tenía un tenedor preferido, que la punta de las púas me parecía que pinchaba mejor la comida, además de tener un equilibrio de peso perfecto.

No sé si esto son cosas en las que se paran a reflexionar mucho los niños, pero para mí eran importantes, tenía 5 años.

Con algún año menos, fuimos de viaje a la Costa Brava, mis padres tenían que ir por trabajo y aprovechando me llevaron. En ese viaje descubrí los mejillones a la marinera, los comimos a pie de playa y no sé muy bien por qué, pero fue un flechazo gastronómico. Ya de vuelta a casa, le pedí a mis padres que hicieran los mismos mejillones, complacientes me hicieron caso y con todo el amor del mundo los hicieron. La sorpresa fue cuando ese niño de 4 años al probar el primer mejillón puso cara rara y sentenció que no eran iguales. ¿Quién me había creído? La realidad era que no eran lo mismo, y tras varios intentos más de replicarlos lo dejaron por imposible, nunca más hubo mejillones a la marinera en casa.

A lo que voy es que cuando era pequeño no había familia que viese en estas actitudes hacia lo gastronómico algo positivo para el futuro del pequeño, importaba si aprobaban matemáticas, lenguaje o inglés, sin importar en lo que quizás de adulto pudiera destacar, en mi caso lo referente al gusto. Hoy parece diferente, pero no, la enseñanza sigue siendo para todos igual, mismo patrón, mismos errores. Fíjense en los niños y sus actitudes, son pequeños adultos que aún no han sido corrompidos por la vida adulta, ya tienen identidad, tratemos de que consigan no perderla.

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