IR DE PROPIO

Sangre de mi sangre

Laura Bordonaba

Laura Bordonaba

«Un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre». Seguro que reconocen esta frase de El Padrino. La he visionado unas cuantas veces, y siempre que acaba, pienso en la suerte que tengo con la familia que me ha tocado. Crecí con un modelo familiar sano, que reforzó mi independencia y respetó mi espíritu, así que se me olvida que la familia también puede ser algo asfixiante y aterrador.

Yellowstone y Las buenas madres juegan en esa liga. La primera, a modo de western épico, cuenta la historia de los Dutton, propietarios del mayor rancho de Montana y la lucha titánica de John Dutton, el patriarca, por conservar el legado de sus ancestros. La segunda, ambientada a finales de la década de los 2000, nos lleva por la historia de tres mujeres y cómo, cada una con sus circunstancias, intentan salir del yugo de pertenecer a una familia de la Ndrangheta, la mafia calabresa. Para ello cuentan con la ayuda de una fiscal dispuesta a usar la información de estas mujeres para intentar derrocar a la organización criminal.

Las dos ahondan en la familia como un ente devorador de afectos y roles y a la vez único refugio que a veces da identidad a los personajes, porque ya no saben ser otra cosa. En el conflicto que supone traicionar a los seres queridos por muy cabrones que sean, y en un concepto de lealtad y tradición casi medieval.

Comencé a pensar en que todos eran personajes que vivían encerrados. Atrapados en lo que se espera de ellos, y en modelos de familia tóxicos, violentos, incuestionables, identitarios, que apelan al honor. A las mujeres nacidas en el seno de la Ndrangheta no se les permite estar tristes, o expresar en voz alta la infelicidad.

Dentro de sus casas, sus vidas son un infierno, sometidas a maridos, hermanos, padres; fuera de ellas, todos las vigilan. John Dutton, patriarca de Yellowstone, es como el ojo de Dios que todo lo controla, todo lo dispone, incluso, las vidas de sus hijos, a los que a pesar de no considerar a veces capaces o confiables, ve como herederos incuestionables por ser sangre de su sangre.

Familias que apenas saben qué decirse. Mujeres y hombres atrapados en vidas en las que la ambición no descansa y el legado pesa como un ataúd, con el yugo de los clanes familiares. En estilos de vida que se niegan a desaparecer. Víctimas y ejecutores. Y de fondo, como testigos mudos, la costa calabresa y los parajes de Montana, respiros de belleza que podrían ser el lugar de vacaciones de cualquier familia feliz.

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