Explotarse a sí mismo es más eficaz que ser explotado por otros, porque conlleva la sensación de libertad». Esta afirmación tan doliente como realista aparece recogida en La sociedad del cansancio, del filósofo surcoreano y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín Byung-Chul Han. El otro día leí a este ensayista que, ya hace diez años, hablaba de la fatiga como una enfermedad de la sociedad neoliberal del rendimiento.

La pandemia del coronavirus parece que nos traía nuevos problemas y retos. Quizá, en realidad, nos ha colocado ante el espejo. No es nuevo que cada vez seamos más competitivos, nos autoexijamos más como empleados, como madres, como hijos, como amigos… No estar para todo y para todos en todo momento es síntoma de debilidad. Decir no puedo, reconocerse desbordado por las circunstancias, está mal visto. Debemos tener disposición para trabajar 10 horas, prestar atención al teléfono y al correo electrónico otras 14, no desatender las relaciones sociales, hacer los deberes con los niños, pasear al perro, ir a la compra, hacer deporte… Y siempre con una sonrisa. Faltaría más.

La vida resulta bastante extenuante de por sí como para añadirle más presión. Pero es lo que llevamos haciendo años. Y es lo que ha sumado, aún más, el coronavirus. Señala Han en este sentido que, con el teletrabajo dispuesto a extenderse de forma generalizada en tiempos de mantener distancias y evitar aglomeraciones, algunas personas parecen dispuestas a sacar aún más tiempo para explotarse a sí mismas. «En época de pandemia el campo neoliberal de trabajos forzados se llama teletrabajo», asegura.

Las crisis son crisis por más vueltas que queramos darle. Otra historia es que el ser humano, por mera supervivencia, intente encontrar oportunidades donde hay desolación y buscar soluciones donde solo existen problemas. Busca alternativas, habla de innovación y fomenta el emprendimiento cuando lo único que puede hacer es salir a flote y subsistir como pueda. Como siempre, hay que salir triunfante, pletórico y animado del pozo. No vale con sobrevivir.

Y haciéndonos trampas al solitario caminamos por esta era de la comunicación, el consumo y la autoexplotación. Sumergidos en esta realidad inventada, obsesionados, digitalizados, controlados, expuestos y encantados de estarlo, vivimos distraídos de lo importante. Por ejemplo, que la restricción de derechos impuesta durante la pandemia se levante cuando pase la emergencia. Por ejemplo, vigilar a los que nos gobiernan. Porque puede que algunos sientan la tentación de prolongar esta anestesia generalizada en la que nos encontramos sumidos. Sin luz no existiría la sombra.