Todavía nos estábamos comiendo las uvas cuando algunos, demasiados, decidieron abrir fuego. Sin piedad. No les gustaba, o sí, eso daba igual, lo que veían en televisión. La intención era vomitar no las uvas sino un sinfín de improperios, insultos, inconveniencias, ofensas y todo tipo de comentarios, de esos que de niño te enseñan a no decir. Por educación. Por respeto. Por innecesario. Por no hacer daño a otra persona que ni te ha preguntado ni siente interés alguno en conocer tu opinión.

Las redes sociales se han convertido desde hace tiempo en un foro romano donde cada vez más intervinientes tienen menos vergüenza. Porque hay que ser un sinvergüenza para escribir lo que algunos teclean. Además de un prepotente que cree que su opinión destructiva merece ser escuchada.

La última en convertirse en objetivo de tanta mala leche ha sido la presentadora Cristina Pedroche. Sus campanadas, vestido arriba, peinado abajo, despiertan un interés inusitado desde hace años. Su show genera tanta expectación como adoración y odio.

Una Nochevieja más ha tenido que dar explicaciones de su 'look'. Los destinatarios de sus justificaciones, los mismos que la lapidan públicamente. Los que siguen cada uno de sus post, de sus bailes y de sus publicidades. Los que se interesan, en definitiva, por su vida.

No ha sido la única. Otras caras conocidas han sufrido la inquina de los valientes anónimos de internet que arremeten impunemente contra todo. Sin clemencia. Como ella, otras 'celebrities' han apagado las redes temporalmente por su bienestar emocional como las 'influencers' Dulceida o Laura Escanes, las cantantes Nathy Peluso, Camila Cabello o Iggy Azalea... Un caso extremo es el de la cómica y presentadora Elsa Ruiz, que recientemente anunciaba que ingresaba en un centro a causa de su ansiedad y depresión. Curiosamente, la mayoría son mujeres.

Que alguien se exponga, comparta su vida personal y viva de ello no da derecho a nadie a humillarla. A someterla sin rubor. Habría que empezar a reflexionar sobre qué carencias y problemas hay detrás de estas actitudes inhumanas.

Probablemente tras cada frase irrespetuosa y cada ataque exista alguien aparentemente normal, con una vida normal, un trabajo normal y unas relaciones sociales normales. Profundicemos. Si una persona es capaz de desembuchar semejantes visceralidades algo no está funcionando bien. Ahora que empezamos a verbalizar y normalizar problemas de salud mental, abordemos estos juicios públicos reprobables. Quizá nos produce tanto miedo lo que podamos descubrir que preferimos fingir que es un asunto menor. Y, por si acaso, sigamos mirando conectados.