Si usted busca qué es una tormenta perfecta, le aparecerán referencias a la película que protagonizó George Clooney en el año 2000 y también esta descripción: «Es una expresión que describe un evento en el que una combinación de circunstancias agravará drásticamente una situación». Lo que no especifica esa descripción es si esa combinación de circunstancias es solo de carácter natural y por lo tanto el ser humano no puede controlarla y tampoco puede impedir la tormenta perfecta, o dichas circunstancias son provocadas por el ser humano que, lejos de pararlas, las incentiva con más y más elementos que sirven para agravarla y hacer de ese asunto, en el que, haciendo uso del sentido común, todos estaríamos de acuerdo, la tormenta perfecta que acaba siendo una cuestión de estado que unos y otros utilizan como arma arrojadiza en medio de una elecciones autonómicas que el Gobierno no puede perder y la oposición, el Partido Popular, necesita ganar.

Es lógico pensar que los animales criados en libertad y alimentados con productos no procesados producirán una carne, una leche o unos huevos más naturales que los criados en macro granjas donde los animales apenas ven el sol, los espacios en los que habitan son muy reducidos –viven prácticamente hacinados– y en algunos casos escuchan alarmas de forma programada que marcan su ritmo de producción. También es lógico pensar que los productos derivados de la agricultura ecológica y regenerativa, además de enriquecer los suelos con sus prácticas, tienen que ser más naturales que los que genera la agricultura convencional, donde se utilizan diferentes productos químicos para detener plagas fundamentalmente o se labran los suelos, lo que provoca el cansancio de los mismos. Pero que todos entendamos y aceptemos esto no tiene que querer decir que la carne que sale de una macrogranja sea un producto en mal estado, ni que la verdura criada de forma no ecológica tenga que dejar de consumirse. Nada de eso: todos esos productos tienen sus sellos de garantía que nos aseguran, o al menos así debiera ser, que estamos consumiendo un producto de calidad que cumple con todos los indicadores que, tanto el Gobierno de España como la Unión Europea, exigen para que un alimento pueda ser consumido. Porque de no ser así el debate sería otro y de extrema gravedad.

Pero si entendemos que los mecanismos para garantizar la seguridad y el buen estado de los alimentos que consumimos funcionan correctamente, entonces por qué tanto jaleo, tanto ruido y tanta crispación. Tanto enfado y tanta pose al lado de animales regordetes a los que acunar como si se tratara de un bebé recién venido al mundo. Muy fácil: necesitan de tormentas perfectas que ellos mismos alimentan, donde lo último que importa es el ganadero y los consumidores y lo que realmente suma es el voto sin importar ni el mensaje ni la realidad.