La maldad no tiene color y es espesa como la rabia y se extiende silenciosa y sus tentáculos no saben de límites y son perversos y están enfermos. La maldad es el nombre que se da a una cualidad que tiene el ser humano y cuyos registros provocan infiernos de los que es imposible huir. La maldad, en estos días, es el rostro de esos hombres y mujeres que durante largos meses han explotado sexualmente a niñas de entre 13 y 16 años, a las que captaban a través de las redes sociales prometiéndoles sueños de amor y dinero, y a las que, tras engancharlas a las drogas, obligaban a prostituirse en sótanos y zulos para pagar esa droga que sus cuerpos necesitaban. Y así hasta el infinito en una rueda de maldad que apesta y repugna por toda esa maldad que destila: niñas desamparadas -algunas vivían en centros tutelados-, niñas fácilmente manipulables, niñas abandonadas, niñas drogadas, niñas violadas de formas perversas por hombres con mentes deformadas y corazones negros, niñas encadenadas con cadenas que nadie ve, niñas sin futuro, niñas que a nadie importan. Esas son las niñas que han sido liberadas en una operación llamada Sana y cuyo relato espanta por lo que estas mismas niñas han vivido: «su padre la vendía para que fuera explotada sexualmente por dos bolsas de cocaína», «aquellos hombres la tuvieron secuestrada durante horas violándola de forma reiterada», «apretaron sus pechos con mucha fuerza, mientras le golpeaban por todo el cuerpo». Y todo eso sucedía en Madrid, en dos barrios de Madrid, en las entrañas más sucias de esos barrios, porque, mientras estas niñas vivían en sótanos y zulos el peor de los horrores, el más doloroso de todos los olvidos, afuera la vida fluía con cierta normalidad: la gente se saludaba, compraba, se cortaba el pelo, iba al banco y se escondía del covid en tiempos de pandemia y miedo.

La noticia ha saltado y la conmoción nos ha invadido por muchas razones que tienen que ver con el dolor que se ha causado a esas niñas, también cuando somos conscientes de que la maldad no tiene límites y los abusos sexuales arañan las entrañas y desgajan el alma de quienes los padecen, o cuando comprendemos que por dinero todo vale y vemos que nadie pudo protegerlas, ni siquiera a aquellas que vivían en centros tutelados de la Comunidad de Madrid.

No es el momento de iniciar un debate político de y tú más, porque en este caso lo importante es que estas niñas han podido salir de esa trama de horror y abusos y aunque su futuro sea complejo y lleno de cicatrices y dolores que superar, al menos tienen una posibilidad. No sé cuáles son las fórmulas que hay que poner sobre la mesa para proteger y cuidar mejor a esas niñas vulnerables que relatan con caligrafía infantil el horror de sus vidas, pero sean cuales sean tiene que ser nuestro primer empeño.