El Periódico de Aragón

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Ángela Labordeta

Quemándonos

La ola de calor se muestra persistente con temperaturas que carbonizan nuestras neuronas día tras día, en un verano que sin haber comenzado ya resulta insoportable y nos hace repetir una y otra vez: «¡Qué calor!», mientras asistimos atónitos a ver cómo los termómetros alcanzan los 44 grados sin que las mínimas nos den un respiro para conciliar el sueño. Eso sucede en España que aparece carbonizada en nuestros televisores ante el altísimo riesgo de incendios que todos los veranos nos asolan y que en este 2022, dicen los expertos, serán mucho más numerosos y con peores consecuencias, y como si de una película de terror se tratara, en América las reses mueren a causa del calor, la alta tasa de humedad y la falta absoluta de viento.

También el mar sufre y lo hace no tanto por el calor, sino por el abuso que los humanos hacemos de él, sometiéndolo tiránicamente a ser el gran basurero terrestre y a tener que consumir nuestras cremas para protegernos del sol al que nos exponemos voluntariamente y durante periodos excesivamente largos. Todo atolondradamente imposible.

Y da igual si el planeta arde, los bosques van desapareciendo o las grandes ciudades presentan un aire contaminado y sucio, porque siempre llegará un primo para asegurarnos que el cambio climático no existe, que es un invento de nuevos y viejos hippies que están en contra del progreso y de la industrialización.

Y lo peor es que hay quien todavía compra ese discurso y a quienes contaminar no les preocupa en absoluto, más bien les pone y eso de reciclar lo consideran un hatajo de pobres y piensan que la vida de los productos no es eterna ni debiera serlo, porque lo eterno no es destruible y aquí lo interesante es arrasar y conseguir que el cemento lo cubra todo hasta la misma arena del mar.

Hemos tratado perversamente a la naturaleza y ella terminará haciendo lo propio con nosotros y demostrándonos que aquí quien sobra es el hombre, que ha construido imperios sin escuchar el roce de las hojas o el trino de los pájaros.

Dicen que el león es el animal más vago de la selva, porque pudiendo cazar y matar todo el tiempo únicamente lo hace cuando siente hambre de verdad, respetando el ciclo natural y permitiendo la vida.

Ojalá el hombre se pareciera más al león e hiciera las cosas con madurez y sensatez y no con la codicia del niño que al descubrir que su llanto alerta y lo protege, llora incansablemente ante la extenuación de sus papás que, como la naturaleza, solo quieren descansar de ese ser egoísta y malcriado que han engendrado.

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