El Real Zaragoza ha jugado partidos tremendamente convincentes, aunque en su momento no los ganara, como en Fuenlabrada o frente a la Real Sociedad B. Ha tenido días de encefalograma plano futbolístico como ante el Ibiza, otros en los que salió castigado por una extrema bisoñez (en Valladolid o en casa con el Cartagena), encuentros a cara o cruz como el de Lugo y una remontada, en Alcorcón, hasta la fecha la única victoria en las ocho jornadas disputadas. Ocho puntos de 24, el equipo fondeando desde que comenzó la Liga y un denominador común en todas estas semanas: la inoperancia ofensiva de los delanteros. Entre todos han hecho un gol en 720 minutos, el de Narváez con la ayuda del cuerpo del central del Sanse. Álvaro, Nano Mesa, Azón, Sainz, el propio Narváez, todos han ido entrando y saliendo, saliendo y entrando, sin quedarse con el puesto en propiedad. Señal inequívoca y causa y consecuencia de cualquier juicio de lo que le sucede al equipo.

Al Real Zaragoza le falta dinamita para matar y calidad para producir últimos pases con el suficiente pedigrí para facilitar los remates. Frente al Oviedo, cuarto empate consecutivo, séptimo encuentro sin ganar, hubo otro botón de esta preocupante muestra. De esta y de que el equipo cuenta en su plantilla con un futbolista que levita por encima del resto. En el centro de la defensa, Alejandro Francés lo hace todo bien mientras sus compañeros del ataque hacen demasiadas cosas mal. Rápido, ágil, muy listo para suplir su falta de altura, al auxilio siempre en el corte, ejemplar en la colocación y concentradísimo. Con solo 19 años, Francés empequeñece a todos a su alrededor y se eleva por encima del resto. Es un central colosal, un jerarca que ya ocupa su trono y con un altísimo valor económico. El mascarón de proa de un equipo castigado en las mazmorras en ataque.