Después de 14 jornadas de Liga no es que el acontecimiento dé para organizar una fiesta con dulzainas y confetis ni para sacar las charangas a la calle, pero ciertamente algo es. Más que nada y un constatable paso adelante. Los dos delanteros fichados este pasado verano por Miguel Torrecilla han estrenado su casillero de goles en las dos últimas jornadas. Nano Mesa contra el Mirandés en La Romareda, lo que sirvió al Real Zaragoza para sumar un punto, y Álvaro Giménez en Burgos, un tanto de preciosa gestación y no menos bella ejecución, recorte con la izquierda y zapatazo al ángulo con la diestra. Victoria y final a la interminable racha de nueve empates consecutivos.

El gol es la madre de todas las razones en el fútbol, más todavía cuando se convierte en un acto de celebración infrecuente, como en este inicio de temporada en el Real Zaragoza, especialmente para quienes fueron contratados para hacerlos con asiduidad. Las luces iluminan estos días a Nano y a Álvaro, sobre todo a este último porque un gol vale más cuando vale para ganar. Es natural y justo que así sea. Para ellos fueron los reproches y para ellos son ahora las flores.

Dos meses y medio después han marcado ya todos los delanteros, Narváez en dos ocasiones y Nano y Álvaro, en una. Todos menos Iván Azón. En once partidos y 460 minutos todavía no ha visto portería, a pesar de haber dispuesto de algunas oportunidades muy claras como aquella de Valladolid. Descolgado en esa clasificación, el canterano, sin embargo, fue titular en Burgos y firmó un buen partido en los 70 minutos que estuvo sobre el césped. Dispuso de una ocasión pero su disparo salió medio mordido y desviado. Su trabajo, eso sí, fue incansable y de gran mérito en un escenario adverso: el Zaragoza jugando mal y él solo peleando contra el mundo y todos sus elementos en una isla desierta de compañeros. Azón forzó numerosas faltas que permitieron salir y oxigenar al equipo en una primera parte terrorífica, incordió a los defensas, los hizo correr, chocó con ellos con la fuerza de un roble de 18 años, buscó varias carreras al espacio, descargó juego y sumó intangibles, trabajo y más trabajo, para hacer madurar la fruta y que, en algún momento, alguien pudiera recoger los frutos de ese esfuerzo.

Al final del encuentro, Juan Ignacio Martínez le reconoció el sacrificio públicamente, una constante huelga a la japonesa. El gol se le resiste porque en el momento de la suerte suprema le sigue faltando calma, sosiego y mejorar su golpeo y el toque de balón. Pero Iván Azón jugó bien al otro fútbol en Burgos. Siempre lo da todo y a quien da todo lo que tiene no se le puede pedir más.