Con la incorporación de la tecnología, la evolución física de los jugadores, el perfeccionamiento de los métodos, la profundización del conocimiento táctico y la incesante evolución estratégica, el fútbol muchas veces acaba pareciendo más un juego cuadriculado que de sorpresas y emociones. Son muchos los partidos que se juegan en porciones de terreno muy pequeñas donde habitualmente pasan pocas cosas y la sensación que llega al aficionado es, a menudo, mecanizada, más propia de una obra de ingeniería que de un espectáculo apasionante.

Después de ganar en Burgos en el peor partido de la temporada, según la calificación que al encuentro le otorgó Juan Ignacio Martínez, el Real Zaragoza desplegó contra el Sporting la mejor actuación de estas quince jornadas con una idea antagónica a la de El Plantío, donde primó el conservadurismo extremo y la búsqueda del resultado por cualquiera que fuera el camino, preso como estaba el equipo del pavor que provocaba la falta de triunfos y la serie interminable de nueve empates consecutivos. Sin esas ataduras, con la libertad que da la confianza en los individuos y los grupos humanos, el Zaragoza mandó a su rival a la lona con valentía, ambición y un atractivo carácter ofensivo.

Las dinámicas son decisivas en el deporte. Tras el triunfo en Alcorcón, el primero y solitario hasta que llegó el de Burgos, el equipo de JIM jugó sus dos mejores partidos a continuación, en Fuenlabrada y contra la Real Sociedad B. La suerte le fue esquiva y solo consiguió empatarlos a pesar de firmar dos magníficas puestas en escena, con volumen, calidad y un gran número de oportunidades. La historia se ha repetido ahora con la misma apuesta: una propuesta osada que sorprendió al Sporting. En una primera parte magnífica, Borja Sainz personificó esa idea. Presión, verticalidad, velocidad, iniciativa, regate, diferenciación, desborde, desequilibrio por encima de la mecanización y el premio del gol a su fútbol aventurero, de riesgos, lejos de los automatismos impersonales, del pase, pase y pase como única fórmula para encontrar soluciones.

Nano Mesa, otro caballo desbocado, capaz de descontrolar el control excesivo, se le unió en la segunda mitad con su segundo tanto de la temporada, ganando el espacio a la espalda de la defensa y definiendo con serenidad, una buena maniobra y un golpeo certero. El Zaragoza, muy firme atrás con un Francés extraordinario, jerarca con 19 años, voz y mando, se ha quitado los miedos y mira hacia arriba a lomos de la confianza que dan los triunfos y este fútbol descarado.