El 29 de septiembre de 1978, el mundo católico se despertó sobresaltado por el anuncio de la muerte repentina de Juan Pablo I, el pontífice elegido 34 días antes para relevar a Pablo VI. El infarto de miocardio agudo que, según la versión oficial, fulminó a Albino Luciani la noche anterior, mientras revisaba unos papeles en la cama, nunca fue corroborado por la autopsia, que el grueso de los cardenales creyó innecesaria.

Esta ausencia de un diagnóstico definitivo ha alimentado teorías de todo tipo, como las que sostienen que el Papa fue asesinado. Ahora, hay quien exige que se abran los archivos secretos y se exhume el cadáver para aclarar el caso.

CRISTIANOS DE MADRID Entre quienes insisten en exigir una investigación se halla el sacerdote y teólogo abulense Jesús López Saez, que lidera una comunidad de cristianos de base en Madrid y que ha publicado libros y artículos sobre la extraña muerte, a los 65 años, de aquel Pontífice. "Sin antecedentes coronarios y sin autopsia oficial no se puede sostener la tesis del infarto", subrayaba esta misma semana ante la RAI, la radiotelevisión pública italiana. "Hay que averiguar de qué murió el Papa analizando el cadáver".

López forma parte de la legión de admiradores del Papa de la sonrisa, un hombre que tras su aspecto campechano, que transmitía conceptos simples para que todos lo entendieran, se aprestaba, a decir de algunos, a urdir una revolución en el seno de la Iglesia católica. Un nuevo Juan XXIII había alcanzado la cúspide.

Andrea Tornielli, vaticanista del Giornale, asegura que Juan Pablo I era "muy abierto en temas de moral, como la píldora anticonceptiva", aunque siempre se había mostrado dispuesto a acatar la doctrinal oficial. Tornielli cuenta que tenía otra obsesión: que la Iglesia manejara sus finanzas de forma diferente a como lo hacen los bancos.

El periodista americano David Yallop publicó en 1984 En nombre de Dios, un libro que provocó un gran revuelo en el Vaticano y que abona la teoría de que Juan Pablo I fue eliminado porque proyectaba una profunda reforma de la banca vaticana, entonces controlada por el arzobispo Paul Marcinkus, el banquero de Dios. Yallop mantiene aún hoy su versión de que Luciani fue "asesinado, probablemente con digitalina un fármaco prescrito para la insuficiencia cardíaca u otra sustancia que actuó como un veneno".

VERSIÓN AVALADA Otro periodista, el inglés John Corrwell, que recibió facilidades del Vaticano para escribir un libro que desmontara las tesis de Yallop, llegó a una conclusión inesperada para la curia que le avaló, que dejó escrita en Como un ladrón en la noche. Cornwell se reafirmaba a comienzos de semana en la RAI en que Luciani, la tarde anterior a su muerte, sufrió una embolia cerebral y que fue Sor Vincenza y no el secretario particular del Papa, John Magee, quien halló el cuerpo. Esas pruebas y las prisas del secretario de Estado, Jean Villot, por embalsamarlo aumentaron las sospechas.