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El Chulucu

Cuando las gomas lo borraron todo

El viejo profesor de literatura había cenado demasiado. Leyó un poco y se acostó. Y tuvo un sueño que ahora mismo os voy a relatar. En su sueño aparecía un aula. En el aula había mesas, una tarima y una pizarra. ¡Ah!, se me olvidaba. Junto a la pizarra había un armario. Y en su interior se oían voces…

- Mira que es dura la puerta de este armario -dijeron las gomas.

- A base de empujones no vais a conseguir nada -apuntó el lápiz.

- Mira el listo éste -replicaron las gomas-. ¿Por qué no lo intentas tú?

- ¡Ja! -rio el lápiz. “Más vale maña que fuerza”. Y de un salto introdujo su cabeza en el agujero de la cerradura. Giró hacia uno y otro lado pero no consiguió nada.

- Lo siento -dijo mirando al resto de sus amigos-. No puedo.

- Tienes la cabeza demasiado gorda, y no lo digo por faltar -observó el cuaderno-. Dejadme a mí por favor. Y el alambre en espiral salió de sus agujeros y se tensó. Luego se introdujo en la cerradura. Se escuchó un ¡Clik!

-¡Ya está abierta mis buenos amigos! -exclamó el cuaderno lleno de felicidad.

Los viejos útiles de escuela salieron alegres y bulliciosos del armario. Desde la tarima observaron las mesas que tenían enfrente. Formaban un cómico ejército. Como si de un desembarco se tratase; de los estuches de madera surgieron bolis, gomas, sacapuntas, lápices y rotuladores. De los portaminas saltaron las minas. De una caja de cartón que tenía dibujado un enorme lápiz y paisaje de camuflaje salieron pinturas bien afiladas. Los cuadernos preparaban sus alambres. Finalmente, de una pequeña y alargada caja salieron gran cantidad de ceras y éstas debían ser verdaderamente importantes pues llevaban en su pecho el color dorado del poder. Una de ellas dio un paso al frente y ordenó: “¡Inspección!”. Y los anticuados útiles escolares saltaron encima de las mesas y comenzaron a revisarlas.

- Estas mesas no tienen cajones para guardar libros. ¿Dónde los dejarán entonces? -observó el cuaderno.

- ¡Mirad qué divertido! -gritaron varios lápices-. Cada mesa tiene una “tele” con un dibujo. ¿Cómo se cambiará de canal?

- ¡Sí! ¡Sí! Y cada “tele” tiene una goma enorme -gritó excitado un sacapuntas-. Pero que dura es -añadió mientras saltaba sobre ella.

- ¡Bájate de ahí! - le ordenó una de las ceras. Pero no había terminado de decir la frase cuando la pantalla de la “tele” cambió. Casi todos los útiles se acercaron a ella. La pantalla estaba llena de letras raras.

- ¿Dónde están los dibujos animados? -preguntaron los rotuladores.

El sacapuntas dio un salto sobre la dura goma. Salieron más letras raras.

- ¿Y las películas de vaqueros? -apuntaron los lápices.

El sacapuntas dio otro salto sobre la goma. Más letras.

- ¿Y los reportajes sobre animales? -preguntó la caja de pinturas.

De pronto se oyó un grito. ¡Apartaos de ahí! -exclamó una cera que inspeccionaba una “tele” situada en el otro extremo del aula.

- ¿Qué ocurre? -le preguntaron sobresaltados los demás.

- Las teles, la… la… las teles -tartamudeaba la cera.

- ¿Las teles qué? -preguntaron ansiosos los otros.

- Tienen virus -contestó por fin la cera-. Mirad, lo pone en éste papel amarillo.

Los viejos útiles de escuela miraron el papel. Quedaron un poco asustados. Bueno, menos los cuadernos. Estos más que asustados estaban sorprendidos. No entendía que alguien usara hojas tan pequeñas y tan enfermizas para tomar notas.

La cera que había ordenado la inspección habló entonces. “No entiendo lo que ha pasado aquí. Nos han sustituido por un mundo sin libros, por televisiones que propagan enfermedades y por unas aulas frías y desangeladas más propias de un hospital que de un colegio. Es hora de terminar con esto. ¡Adelante gomas!”

Y las gomas de verdad, las de siempre; las cuadradas, las alargadas de dos colores y las que huelen a nata empezaron a borrarlo todo. Primero las mesas sin cajones, después las gomas duras que no borran y por último las “teles” sin dibujos animados. Nada quedaba ya en el aula a excepción de los viejos útiles escolares. Oyeron unos pasos. La puerta de la clase se abrió y apareció uno de los profesores del centro.

- ¿Dónde están los…?

No pudo terminar la frase. Los alambres habían salido de los cuadernos, se habían abrazado a sus tobillos y lo habían hecho caer. Las gomas lo borraron en un santiamén. No quedó ni rastro del profesor.

Se volvió a abrir la puerta. Esta vez apareció un niño rubio de mirada traviesa y alegre.

- ¡Profesor! -llamó-. ¡Profesor!

Las gomas se miraron unas a otras.

- Es sólo un niño -dijo una de las alargadas.

- Niño o no, también nos ha despreciado -replicó una goma cuadrada de origen latino.

Empezaron a discutir. Entonces la cera que daba las órdenes les rogó calma y les dijo:

- No podemos borrar a los niños. No tienen la culpa de nada. Además ellos son el futuro.

- ¡Ya! -replicó la goma cuadrada-. ¿Y si el futuro es todavía peor que esto? ¿Y si…?

- ¡No! -interrumpió la cera. No tiene por qué ser peor y además he dicho que no se les borra y no se les borra -sentenció.

Pero la goma cuadrada, que era de sangre caliente, ya se abalanzaba sobre el niño con ánimo de borrarlo.

- ¡Detenedle como sea! -gritó la cera.

Y antes de que la goma llegase a su objetivo, la punta de un rotulador rojo atravesó su corazón. Malherida en el suelo helador del aula, la goma miró a sus amigos con dulzura y les dijo: “Espero que no tengáis que arrepentiros, espero que… no tengáis que arrepentiros.”

* * *

El despertador sonó. El viejo profesor de literatura se levantó envuelto en sudor. “Un sueño” -murmuró, “sólo ha sido un sueño.”

Apenas desayunó. Inmediatamente partió hacia la escuela. Cuando llegó, los niños esperaban ya en el pasillo a que el profesor les abriese la sala de ordenadores. El profesor dudó unos segundos antes de introducir la llave. Cuando la puerta se abrió los niños quedaron atónitos ante lo que veían. Los ordenadores habían desaparecido. En su lugar, en cada mesa, se hallaban colocados con sumo orden y cuidado los viejos útiles de escuela: un estuche de madera lleno de bolis, sacapuntas, lápices y rotuladores; un cuaderno; una caja de pinturas con paisaje de camuflaje; una caja pequeña y alargada llena de ceras y… una goma con olor a nata. Uno de los niños preguntó al viejo profesor:

- ¿A qué huele?

- A clase -respondió emocionado el profesor-. Aquí huele a clase.

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