Recorro las hojas de este libro

sin entender muy bien qué estoy haciendo.

Las páginas se pasean ante mis ojos;

unas, en blanco.

otras, con galimatías que ni yo

—ni nadie—

entiende.

Esquemas, florituras, garabatos.

Ideas que no tienen sentido,

que no significan nada para mí

—ni para nadie—.

Pero me esfuerzo por seguir hacia delante,

pasando una hoja tras otra

y retándome a mí misma a comprenderlo todo.

Debo hacerlo, lo sé,

Pero también sé que es complicado

y que me va a llevar días

—años—

descubrir qué me está queriendo decir.

Lo llevo a todas partes,

pegado a mi cuerpo

como si fuera mi propia piel.

Lo siento pesado cuando me desnudo

y me hace sentir débil

cuando tengo que escalar una montaña

—cada día—.

Pero aguanto,

lo sujeto como puedo y sigo,

Sabiendo que en cualquier momento

tendré que abrirlo

—asustada, como siempre—

para descubrir a qué página

voy a enfrentarme ese día.

Como si eso me lo pusiera fácil,

como si después de leerla todo cobrara sentido.

Como si no estuviera repitiéndome por dentro,

a fuerza de mantra,

que así es la vida:

pesada y difícil de leer.