Telefónica ya ha comenzado este lunes con la retirada de las cabinas telefónicas de Zaragoza. Ya se ha visto cómo acababan con la situada en avenida Madrid. Fue a mediados del pasado mes de noviembre cuando el Consejo de Ministros dio luz verde a la tramitación de la nueva Ley General de Telecomunicaciones que se aprobará en el Congreso de los Diputados y en el Senado el primer semestre de 2022. Entre otras novedades, facilita la retirada de la vía pública de las casi 15.000 cabinas de teléfonos desplegadas por toda España. De este modo, la compañía ha comenzado a retirar paulatinamente todas las infraestructuras.

Hasta ahora, estas estructuras se consideran un servicio universal de telecomunicaciones obligatorio, que garantiza que todos los ciudadanos tienen acceso a esta prestación con una calidad determinada y a un precio asequible. En la práctica, supone que todas las localidades con más de 1.000 habitantes deben tener instalada una cabina telefónica e ir sumando otra adicional por cada 3.000 habitantes.

Los inicios

En España el primer teléfono de uso público previo pago se instaló en septiembre de 1928 en el madrileño parque de El Retiro. Le siguieron más aparatos de estas características en hoteles, bares y restaurantes, pero no fue hasta 1963 cuando las primeras cabinas comenzaron a formar parte del paisaje urbano. Madrid y Barcelona se convirtieron en las dos primeras ciudades españolas en disfrutar de este servicio. En Zaragoza se instalaron 34 nuevas unidades en el verano de 1967. La última tecnología del momento.

Desde entonces y hasta comienzos de este siglo su número no ha dejado de aumentar. Según los datos de Telefónica, en 2003 se contabilizaban 88.297 teléfonos públicos en toda España y todavía el negocio resultaba lucrativo. Hoy las cabinas ya no son rentables. Es muy raro ver a alguien utilizándolas. La media en España de las 14.824 cabinas instaladas, es de 0,17 llamadas diarias, un uso cada seis días. Y en la mitad de ellas no se registra ningún movimiento. Nadie las utiliza.

El declive

El auge de la telefonía móvil y de los teléfonos inteligentes ha condenado a estas estructuras a la desaparición. En el año 2006 el número de líneas móviles superó a la población española y en la actualidad suman casi 56 millones. Ya casi nadie usa los teléfonos públicos. En Aragón se contabilizan 461 cabinas de teléfono y 200 de ellas se ubican en la ciudad de Zaragoza. Casi todas han sido vandalizadas, decoradas con grafitis o se han convertido en unos soportes muy caros para cualquier clase de anuncio.

Pese a la aprobación de la nueva ley, ese tipo de mobiliario urbano no llegará a desaparecer del todo en la capital aragonesa, ya que, el pasado verano, el Ayuntamiento de Zaragoza firmó un acuerdo con Telefónica para que se mantuvieran 28 cabinas distribuidas por la ciudad de manera equitativa. La compañía de telecomunicaciones se comprometió a su correcta conservación y a solucionar cualquier incidencia en su funcionamiento. Son las 27 que aparecen en las imágenes que acompañan a este reportaje más la que debería estar ubicada en la plaza Peñetas, 7, en el barrio de Miralbueno, que de momento no existe. 

De todas ellas, solo cinco conservan la forma tradicional de cabina. La única con puerta (de tipo vaivén) se ubica en San Juan Bosco. Son las que presentan peor aspecto y las que acumulan más suciedad. Le siguen en número, siete, las que tienen forma de caseta; un soporte con cuatro apoyos culminado por un tejadillo de cuatro caídas. Resisten mejor el vandalismo y presentan buen aspecto en general. El resto (15) son postes que ocupan menos espacio en la acera pero, a cambio, dejan el terminal más expuesto a las inclemencias del tiempo. En cuanto a los teléfonos solo hay de dos tipos. El más antiguo y numeroso (15 unidades) data de los años 80, el modelo TM de color azul y con una pequeña pantalla. Los otros 12 son del modelo 7313U, de color gris, más modernos (del año 2000) y con teclas que permiten navegar por la pantalla.

Tal y como se puede comprobar en las imágenes, la mayoría de estas cabinas instaladas hace varias décadas no cumplen con la normativa actual. Están sucias y es casi imposible que las puedan utilizar personas en silla de ruedas o con una discapacidad auditiva o visual. Algunas entorpecen el paso porque están colocadas en el medio de la acera. Todas están pintadas con grafitis, otras se han convertido en un auténtico tablón de anuncios y muchas de ellas ni siquiera funcionan. El compromiso de mantener estos dispositivos en perfecto estado de funcionamiento va a ser un reto difícil de cumplir.