Parece fácil llegar a la cima del Moncayo. Situada a 2.316 metros de altitud, en el extremo oeste de una larga y llana meseta, a primera vista solo requiere un par de buenas piernas para superar los repechos pedregosos que parten del santuario situado en sus faldas. Pero eso es solo la apariencia, porque en realidad la montaña más alta del Sistema Ibérico esconde muchos riesgos.

Para empezar, su cumbre suele estar batida por fuertes vientos, la niebla desciende rápidamente por sus laderas y, en invierno, la nieve y el hielo se apoderan de las zonas más altas. De ahí que subir al Moncayo no sea una sencilla excursión familiar, especialmente entre los meses de octubre y abril.

De la dificultad de ascender a esta mole que separa Aragón de Castilla-León dan fe los numerosos rescates de montañeros heridos, extraviados y agotados que se registran todos los años. Sin ir más lejos, el pasado 3 de febrero, una excursionista navarra se despeñó por una pendiente helada en el circo de San Miguel y la Guardia Civil de Tarazona tuvo que ir a buscarla.

En enero, la Benemérita rescató a dos jóvenes de Sabadell que pidieron auxilio cuando intentaban bajar de la cima por la senda helada que rodea el circo de San Gaudioso, el mismo paraje en el que el domingo pasado se produjo el doble accidente mortal.

La cara sur del Moncayo fue escenario de otro rescate en el mes de agosto. Dos excursionistas quedaron atrapados en una zona escarpada y una joven que les acompañaba fue hasta el pueblo más próximo a solicitar ayuda. En el 2007 también se prodigaron los accidentes en la montaña. En el mes de noviembre tuvo que ser evacuado en helicóptero tras caer y lesionarse en el circo de San Miguel.

Ya en el 2005, tres escaladores sufrieron lesiones en las extremidades al despeñarse en dos parajes peligrosos del Moncayo. Y sendas caídas fueron la causa de las heridas que se produjeron ese mismo año otros dos montañeros en el nevero del Pozo de San Miguel.