Todo empezó a raíz de una caída. David, con solo 2 años, comenzó a quejarse de dolores, estaba raro y dejó de comer. Sus padres, Beatriz y Antonio, comenzaron a preocuparse cuando el virus al que el pediatra achacó el estado de su hijo no desaparecía. Una visita al Miguel Servet destapó la verdadera causa. "Tras tres días ingresado nos dijeron que tenía roturas en los huesos y que podía sufrir un tumor o leucemia", recuerda su madre, que confiesa que "se nos cayó el mundo encima". El diagnóstico definitivo detectó un neuroblastoma encima de la glándula suprarrenal con metástasis que había afectado a la médula ósea y los huesos.

Era mayo del 2012. Desde entonces, el calvario. Los médicos le dieron un 60% de posibilidades de curación y la familia se volcó a por ella. Beatriz, ya con el apoyo de Aspanoa, dejó de trabajar para ocuparse de él y de su hermano Pablo, entonces con 5 años. El tumor reaccionó bien a las primeras sesiones de quimio y se redujo por completo hasta poder ser extraído. Un autotrasplante y más quimio y radioterapia lo dejaron limpio, aunque con pequeñas células malignas en la cadera.

Un tratamiento de cinco meses de inmunoterapia en Barcelona enseñaba al pequeño cuerpo de David a defenderse de estas células con medicación muy fuerte y morfina para el dolor. Todo parecía ir bien, pero la prueba definitiva dictaminó una recaída en médula y huesos. Había dos opciones: o aguantar con quimio unos 3 años hasta su muerte o aferrarse al 20% de posibilidades de cura. Beatriz y Antonio optaron por luchar. Pero un fuerte dolor de cadera anticipó el desenlace fatal. "No podía andar y solo le calmaba la morfina. La enfermedad había vuelto con más fuerza y le había atacado al hígado. No había nada que hacer". David falleció poco después. Era junio del 2014.

"Ese último mes fue terrible. El tumor en la cadera le causaba mucho dolor y nos dieron parches de morfina para cambiarlos en casa cada tres días. Las doctoras te asesoran, pero eres tú quien da la medicación. El niño, con 4 años, me pedía que le cambiara el parche. Además, teníamos que preparar a Pablo, con 7 años, para la muerte de su hermano", recuerda Bea, que hace nueve meses dio a luz a una niña.

"Si alguien hubiera venido a casa en lugar de estar nosotros siempre en el hospital, ese último mes habría sido mejor para David, en otro entorno fuera de las batas blancas de siempre, y para nosotros, en cuanto a atención psicológica y moral para todos. Hay familias que han estado así hasta cinco meses. Tiene que ser horrible".