José Alcubierre nació en Barcelona aunque su familia es originaria de Tardienta. Durante muchos años fue un número, el 4.100. Antes, había perdido la guerra en España, se había tenido que exiliar y había vuelto a ser derrotado en una nueva contienda esta vez por "la libertad de Europa". Desde entonces, los nazis no sabían su nombre, solo un número y, desde septiembre de 1940, estuvo encerrado en el campo de concentración de Mauthausen. De allí, "logró sacar unas fotografías que documentaban la barbarie nazi y que luego fueron utilizadas en los juicios de Nuremberg o Dachau". La de Alcubierre es solo una de las más de nueve mil historias que sufrieron los españoles en diferentes campos de concentración. Muchas de ellas las ha contado Carlos Hernández en Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B), que presentó ayer en la Feria del libro de Zaragoza.

Y allí, los aragoneses jugaron un papel fundamental: "Ellos estuvieron en la dirección de la organización clandestina que crearon los prisioneros para salvar vidas y que les llevó luego a crear una especia de estructura militar para hacer frente a un posible aniquilamiento de todos los prisioneros por parte de las SS", explicó Carlos Hernández que recalcó que es un libro que "pretende recuperar la voz y la historia de más de 9.300 españoles que permanecen en el olvido". ¿Por qué? "Por una parte porque se quiere olvidar lo más horroroso pero la otra no es ni inocente ni comprensible --señaló Hernández--. En la dictadura hubo un olvido premeditado pero es que cuando llegó la transición, se instauró la impunidad para los verdugos y el olvido para las víctimas. Y esas eran los que habían luchado por nuestra libertad y que acabaron allí por culpa de Franco", reivindicó.

FRANCO, CULPABLE

"No hay ninguna duda, los documentos y los testimonios así lo demuestran. Si no hubiera sido por Franco, nunca hubieran acabado ahí estos españoles. Hitler no actuó contra ningún ciudadano de sus naciones aliadas sin consultarles", denunció Hernández que dio una prueba de ello: "En septiembre de 1940, Serrano Suñer. el hombre fuerte del régimen franquista, se reúne en Berlín con la cúpula nazi y el día que se marcha, se da la orden de que se saque a los españoles de los campos de prisioneros, donde se vivía más o menos bien de acuerdo a la Convención de Ginebra, y se les interne en campos de concentración. No es una casualidad".

Allí, en lugares tan siniestros como Mauthausen, los españoles destacaron muy pronto por su solidaridad: "Los primeros años fueron los más duros y no había ni patatas que compartir pero aún así, desde el primer momento, cuando consiguen robar una patata, los testimonios, no solo de ellos sino de otras nacionalidades, atestiguan que no se la comen ellos sino que la comparten". Todo para un final feliz a medias ya que los que lograron salvarse han tenido que convivir con "el olvido y con los recuerdos horrorosos". En ese sentido, Carlos Hernández desveló una de sus conversaciones con Alcubierre: "Me contó que un día, en el campo, vino su padre y le dio un trozo de pan por la mañana, el de la cena. Se lo dió y me dijo que se lo comió. 'Era el pan de mi padre', me repitió. Hoy, lo sigue teniendo grabado, se sigue sintiendo culpable y, de hecho, lo que hacía a partir de ese día era esconderse para que su padre no lo encontrase y no le pudiese dar su pan. Ese sentimiento le arrastró".

Pero quizá, señaló Carlos Hernández, "lo peor que se encontraron es que cuando había llegado la democracia y pensaban que era el momento de que les reconocieran, les vuelven a olvidar. Y lo hacen, además, equiparando víctimas y verdugos, a los demócratas que habían luchado por la libertad y los del bando nazi y eso es lo que más siguen recordando con pena. No guardan ningún rencor a nadie pero sí tienen una profunda pena de saber que en Francia ese país que les acogió, les reconocen como héroes y aquí les seguimos teniendo como olvidados", concluyó.