El Zaragoza anda a mitad de camino. Ya es un trecho, que se dice por aquí. Lo malo es que no se sabe en qué dirección camina. Según sople Aguirre, según el rival, como se quiera ver. En Sevilla, de paso que no estaba Meira, juntó fútbol en medio, tuvo el balón y llegó con alegría al área. Se encontró con un grave problema porque se descosió atrás. Aguirre anunció el sábado que le preocupó ver al equipo "tan abierto". Se sabía desde ese momento que ante el Málaga iba a reconvenir al Zaragoza alborozado del Villamarín para reeducarlo en un equipo más sensato, por decirlo así.

Bien, desde luego tuvo muchos menos problemas en defensa, aunque con cualquier otro portero de alcance zaragocista habría perdido. Mal, porque quedó encogido arriba. De momento, el enigma no está resuelto, aunque se va viendo aparecer a jugadores mientras otros se desdibujan en el camino. Preocupa en especial el caso de Postiga. Inquieta, además, el trato que le pueda devolver La Romareda si no resuelve su pelea con el gol.

No es un delantero al uso, nada parecido a los grandes clásicos que han habitado el estadio aragonés durante décadas. Y al Zaragoza, tal como está, le hace más falta un ariete que un tipo de jugador como él, que a ratos sale a combinar con dulzura pero luego no llega donde debe. No se muestra, además, veloz. Por ahí se le marcharon ayer dos ocasiones que debieron ser gol. Y otra que le levantó el linier, justo la que había acertado. En fin, que todavía no ha marcado en España. Y su recambio, Braulio, ni está ni volverá. Hay un problema arriba que solo puede resolver el portugués. De momento, no hay más.

A la izquierda, eso sí, se aclara el panorama. Juan Carlos tiene sitio en el equipo, por delante de casi todos, incluido Lafita, al que ayer se volvió a ver un tanto huraño en los minutos que apareció. Antes, en un partido que se acostó sobre la derecha durante casi toda la primera parte, en un momento de aterrizaje para el de Boadilla, en un momento de conocimiento, el extremo zurdo crece imparable. Ayer, con poco, sacó de sitio y de quicio a Sergio Sánchez, que debió irse a casa antes de tiempo, por cierto. Tiene tan poco el Zaragoza que lo parece todo. No hay que correr, aunque él marcha como una bala. Más despacio va Barrera, al que Aguirre parece guardarle una tremenda fe. Más que a Micael, desde luego, que ayer desapareció en otro movimiento inesperado que demostró que queda mucho puzzle por hacer.