En los dos partidos que el Real Zaragoza ha disputado en la última semana se han podido contemplar con nitidez las dos principales variantes de juego que Aguirre maneja en este principio de temporada. Contra el Betis, animado por la ausencia de Meira por lesión, el técnico construyó una alineación atrevida y alegre, con Leo Ponzio como único stopper y cinco "peloteros", como él mismo los llamó. El resultado fue contradictorio: cuatro goles en contra y tres a favor, muchas grietas defensivas y una clara sensación de vulnerabilidad; numerosas llegadas al área contraria, posesión de balón y capacidad para generar peligro con cierta constancia. Todo en una misma batidora. La apuesta fue seductora en la teoría y a ratos también en la práctica, pero el descontrol y los descuidos aparecieron de forma demasiado evidente y continuada. Al final, derrota.

Frente al Málaga, con Meira ya recuperado --es obviamente uno de los futbolistas con jerarquía de la plantilla y sobre él solo planea la duda de si será capaz de resistir toda la temporada y con 33 años el ritmo físico de su posición por delante de los centrales--, Aguirre volvió al punto de partida original y a mostrar su querencia a fecha de septiembre. De nuevo, como ante el Rayo Vallecano y el Espanyol, 4-1-4-1 con Meira, Ponzio y un pelotero menos. El resultado fue un Zaragoza más macizo, estable, con más control de la situación, más serio en defensa y menos proclive a los regalos, pero también más alejado del gol, con un fútbol más hosco y bastante menos brío ofensivo. Al final, 0-0. Un punto y la percepción de que, aunque ante el Betis hubo momentos de ataque insistente y tenaz, especialmente en los últimos 20 minutos contra diez, el equipo fue más consistente contra el Málaga que en Sevilla. Más feo, mucho más feo, pero más firme. Y jugar bien por estos lares ya ha dejado de ser una petición.

En las dos variantes que ha utilizado Aguirre, la de los peloteros y la habitual, por la que muestra más propensión, al Real Zaragoza le ha ocurrido lo de la teoría de la manta. Cuando ha desvestido la cabeza, como en Sevilla, ha tapado los pies. Ese día y con esa estructura, el efecto fue un equipo con numerosas vías de agua, pero tirado para adelante y con capacidad para poner en problemas a su rival. Ocasiones a patadas: en portería propia y en la contraria. Y cuando ha tapado la cabeza, ha desvestido los pies. Como ante el Málaga. Con este modelo, el Real Zaragoza se mostró más seguro, más rocoso, pero también más recatado a la hora de atacar y, por lo tanto, más alejado del gol y consecuentemente de la victoria.

Hasta hoy, después de cinco jornadas y cinco puntos de quince, al equipo le ha dado para resguardarse la cabeza o para cubrirse los pies. Para jugar un buen partido ofensivo o para jugar un buen partido defensivo. La mezcla perfecta, todo a la vez, aún ha sido imposible. El trabajo de Aguirre en las próximas semanas consiste en descifrar si el punto de equilibrio entre las dos propuestas existe y, si lo hay, buscarlo y alcanzarlo. Si el Zaragoza, con estos delanteros, con estos centrocampistas, con estos defensas y con este portero, puede taparse al mismo tiempo la cabeza y los pies. Si es una posibilidad real, perseguirla. Y, si no, decidir cómo competir. Con un plan o con otro. Priorizar. Pero nunca quedarse a medio camino, en tierra de nadie, buscando sin encontrar y sin saber a qué jugar.