Manolo Jiménez trabaja bien y habla claro. Trabaja bien porque desde que él está al mando el Zaragoza ha mejorado de forma perceptible, pero sin obtener aún resultados de lo lejos que venía: ayer el equipo dio otro paso en el Bernabéu, donde compitió, mostró una disciplina y un orden inéditos esta temporada, jugó el balón, tuvo verticalidad hacia la portería rival, descaro y frescura.

El Zaragoza no dio la imagen de un colista sin remedio de otras tardes sino la de un equipo que pelea por seguir vivo. Jiménez ha transmitido su fe, su arrojo y su entusiasmo a la plantilla, que empieza a dar señales de vida. El técnico se aplica al máximo con sus jugadores --no como Aguirre-- y ese esfuerzo empieza a traducirse en un mejor rendimiento global. El partido ante el Madrid engordó la racha negativa (3 puntos de los últimos 39, solo 2 de 12 con el sevillano), pero dejó sensaciones de esperanza. Perdió pero algo ganó. El milagro parece hoy menos imposible. Solo que el tiempo se agota. Todo es tarde en este club.

Jiménez lo logrará o no, pero trabaja mucho. Y habla claro. Él, que es el entrenador, dijo de su voz lo que cualquiera piensa: que el Zaragoza planificó muy mal en verano, que fichar en diciembre es tarde, en enero más y donde estamos, tardísimo. Que aún no le han traído lo que pidió. Que quería defensas y no los tiene. Jiménez hace su trabajo. Nadie lo duda. Otros, no. Y eso tampoco lo duda nadie.