Mucho ha llovido desde aquellos tiempos en los que Agapito Iglesias posaba sonriente con el carnet de socio número 4.000 del Huesca, en los que su empresa, Codesport, resultaba elegida para la remodelación de El Alcoraz o en los que el propio Iglesias promovía un triangular de verano entre el Real Zaragoza, el Huesca y el Teruel para hacer comunidad. Ha llovido tanto que las relaciones entre el primer equipo de fútbol de Aragón y el segundo están totalmente emponzoñadas. Por el camino ha habido episodios de todo tipo: una denuncia del Huesca ante la LFP por impago, el caso Laguardia, muchos momentos feos, descalificaciones de todo tipo en silencio y hasta declaraciones públicas altisonantes, las últimas las de Petón, en las que responsabilizaba de forma absoluta a Agapito y a Cuartero, secretario técnico in pectore, de un problema cuyos culpables no duermen solo a orillas del Ebro ni a los pies del Pirineo. Duermen en ambas ciudades.

Ayer, Fernando Molinos, que el miércoles admitió en una entrevista a este diario su enfado por las acusaciones del Huesca, habló con Petón para intentar destensar las relaciones. Ese, que parece un gesto banal, no lo es en este caso, que vuelve a demostrar que el exceso de ego, el orgullo y la terquedad son siempre malos compañeros de viaje. La conversación de ayer tendría que ser el primer paso para que los dos clubs empiecen a desandar un camino que jamás debieron recorrer y descubran un punto de encuentro más pronto que tarde.

No debería haber razón alguna, y la sed de vendetta obviamente tampoco, para que el Zaragoza y el Huesca perseveren en esta actitud pueril e injustificada y menos para que continúen alimentando rivalidades y celos estúpidos donde solo debería haber sinergias, respeto, hermandad y colaboración. La obstinación en el error es un error doble. Es ya el momento de la responsabilidad, la voluntad de acuerdo, la reciprocidad y la madurez. El espectáculo ha sido suficiente.