El gol 4.999 del Real Zaragoza en partido oficial, el séptimo de Hélder Postiga esta temporada, se tradujo en un punto muy útil de acuerdo a las circunstancias en las que se consiguió: con diez jugadores durante 80 minutos, en campo contrario, después de tres encuentros en seis días y con un número elevado de futbolistas con una carga física importante en sus piernas por acumulación de esfuerzos. Eso, ese punto, fue lo más sustancial de la noche. Que hoy el equipo suma ya 16 en su casillero y aleja el descenso un pelín más: a cuatro puntos de distancia. Pero detrás de lo fundamental, que para este Real Zaragoza siempre es lo más tangible porque estos no son tiempos para la lírica, el gol escondió un detalle significativo y en el que es obligatorio detenerse.

Postiga marca y echa a correr hacia su banquillo. En plena carrera aparta a Apoño y se abre camino entre el resto. Así hasta que se encuentra con Manolo Jiménez, salta sobre él y se abrazan mutuamente. Luego van cayendo encima de ellos jugador tras jugador. Futbolista y entrenador unidos. En este caso, el futbolista principal del equipo y el indiscutible capitán de este barco.

El Zaragoza ha superado la primera semana con concentración de partidos con un punto de seis en Liga y una clasificación agónica en Copa. En pocos días el fútbol se ha espesado, ha perdido fluidez y han aparecido viejas dificultades. Pero el equipo ha sobrevivido a este maratón con una gran capacidad de resistencia. Con mucho sufrimiento, sacrificios compartidos y solidaridad colectiva. En ese escenario, además de en la lógica satisfacción individual por el buen momento del punta bajo la dirección del sevillano, es donde hay que situar ese abrazo entre Postiga y Jiménez: representa la unión entre la plantilla y el técnico, simboliza el compañerismo, la fidelidad y la unión. Fue solo un gesto pero significa cosas importantes.