Carlos Aranda tiene 32 años. Es jugador profesional de fútbol desde 1999. De entonces hasta hoy ha vestido las camisetas del Real Madrid Castilla, Numancia, Villarreal, otra vez Numancia, Albacete, Sevilla, otra vez Albacete, Murcia, Granada 74, Numancia de nuevo, Osasuna, Levante y Zaragoza. Trece temporadas deportivas y trece destinos, algunos de ida y vuelta. Ahora ha decidido que va a por el decimocuarto. Manolo Jiménez dio oficialidad ayer a una noticia que se viene cociendo a fuego lento en las últimas semanas y que en este diario ya les contamos el día de Nochebuena.

Aranda se quiere marchar de aquí como se ha marchado de todos los sitios en donde ha estado. Vuelve a equivocarse, pero es la pauta por la que ha guiado su carrera deportiva y, si lo repite tantas veces y con tanta insistencia, será que se siente cómodo haciéndolo. Así que no recordaremos sus últimas declaraciones. Que si estaba muy feliz, que si estaba muy a gusto en el club y en la ciudad, que de irse nada de nada... En fin. Las palabras se las lleva el viento y en el fútbol más.

Al Real Zaragoza no le ha pillado por sorpresa la jugada de Aranda porque ya la veía venir, aunque sí le ha desconcertado en cierto modo la brusquedad del delantero, que ha hecho lo que todos los futbolistas del mundo cuando quieren salir de un equipo con el que tienen contrato en vigor. Forzar su salida de forma indirecta, negociando con otro equipo (el Granada en este caso, que mete prisa). "Si no está con la cabeza en el Zaragoza, no puede jugar", fue el resumen que hizo Jiménez para explicar su ausencia de la convocatoria y airear públicamente su caso. A La Romareda llegó también a mitad de temporada por ese carácter nómada e indomable y de La Romareda previsiblemente se irá por la misma razón.

Para un equipo nunca es buen momento perder a un futbolista útil y Aranda lo es. Perfecto además para el rol de relevo de Postiga. Con hechos ha quedado demostrado. Su rendimiento ha sido notable en los doce meses que lleva en la ciudad. Por eso no estamos ante una coyuntura como la de Lanzaro o la de Doblas, jugadores prescindibles porque su participación es nula, sino ante la salida de un suplente pero con nivel de titular, con gol, calidad, fútbol y que ha sumado siempre que ha estado en el césped.

Por lo tanto, de concretarse como parece, la marcha de Aranda creará un vacío considerable detrás de Postiga que Ortí hoy por hoy no puede cubrir y le generará un problema serio al club, que se ve obligado a salir al mercado a buscar algo difícil de encontrar y que ya tenía a buen precio y con rendimiento asegurado. Pero a la fuerza ahorcan.

Jiménez estuvo oportuno cogiendo el toro por los cuernos y llamando al pan pan y al vino, vino. No quiere a nadie a disgusto en el vestuario, se llame como se llame, se llame Ponzio, Tomás o Aranda. Hace bien. Ahora tiene trabajo. Acertar con el relevo del malagueño (un punta que asuma el rol de suplente de Postiga pero con relevancia en el colectivo) y evitar que el caso desestabilice al grupo. Es el precio de poner un Aranda en tu vida. Un día te tocará echarte a temblar.