Sus carreras deportivas están repletas de puntos de encuentro. Los dos pertenecen a la generación del 86, se criaron en la escuela de La Masia, donde fueron habituales en aquel estupendo Barcelona B que terminó en tercera posición en Segunda, ficharon por el Real Zaragoza en el verano del 2011, firmaron un contrato casi calcado por tres temporadas y hasta vivieron juntos su presentación en sociedad. Dos jugadores hermanados por el fútbol y por el destino. Sin embargo, esas trayectorias casi paralelas empezaron a divergir precisamente en La Romareda. Poco a poco el año pasado, y ya de manera más notoria en esta Liga todavía en curso, el rendimiento de Abraham y de Edu Oriol ha ido alejándose progresivamente.

El primero, el lateral izquierdo, está completamente consolidado. Es titular indiscutible, un futbolista mejor que el que llegó hace casi dos años y al que todavía se le adivina proyección. Indiscutible para Manolo Jiménez, el Real Zaragoza estuvo listo y le amplió el contrato hasta el 2017. Si continúa con su progresión, será gloria, gloria de ésta de ahora, o dinero en una futura venta.

El segundo, Oriol, ha perdido el tren en marcha al que se subió su compañero de viaje. La progresión de uno ha sido la regresión, o el estancamiento si somos más benevolentes, del otro. A pesar de que su fútbol no va ni para adelante ni para detrás, de que está anquilosado, Jiménez le sigue teniendo fe: ha participado en 18 partidos, siete de titular. Oriol ni siquiera ha encontrado el sitio ni su espacio en el campo. El club no le ha ofrecido la renovación y él, que suele manifestarse con absoluta sinceridad, sabe por qué. No ha dado el nivel necesario para merecerlo.