Así se fue media vida: con ventaja en el marcador y con un Athletic a medio gas, que solo creyó en hacer daño al Zaragoza al final. Y se lo hizo casi sin querer porque el equipo aragonés, que se puso en ventaja pronto con un golazo de Postiga, se practicó un harakiri en toda regla en los últimos minutos, para perder, o más bien regalar, un partido que es una condena, que le devuelve al pozo, de donde salió hace dos jornadas, tras ganar al Rayo, y que le obliga a depender de otros en las dos que restan. Una Romareda llena, con el ambiente de las grandes tardes, asistió atónita a la tragedia, a un golpe durísimo, inesperado, en un partido que parecía controlado por los de Manolo Jiménez.

Quizá fuera un control ficticio, sí, pero control al fin y al cabo, aunque no cerró el partido con el segundo gol. Lo acabaría pagando. El Zaragoza se fue desmoronando, con los cambios sobre todo, donde el técnico no estuvo nada fino, y el Athletic, por medio de Ibai y Llorente, llevó la desolación al Municipal. La afición fue a vivir un paso de gigante hacia la permanencia y se marchó con su equipo cerca del abismo.

Parece que el destino del Zaragoza es sufrir hasta la última jornada. Así ha sido en los dos últimos cursos, con final feliz, pero también lo fue en Mallorca, en el 2008, con episodio trágico. Agapito Iglesias, nefasto gestor de un club abocado al sufrimiento, debería saber ya que el que juega siempre con fuego a veces se quema. El problema es que al soriano le da igual, ni es zaragocista ni aspira a serlo nunca. Y su obra de destrucción en estos siete años es gigantesca, demoledora.

BUEN INICIO En todo caso, la permanencia hay que ganársela y este Zaragoza, con solo 12 puntos en la segunda vuelta y con nueve derrotas en casa, está comprando demasiados boletos para viajar al Infierno. Le esperan un Betis con miras europeas y, en La Romareda, un Atlético de celebración. Le queda ganarles y esperar que Osasuna o Deportivo fallen.

Las caras de los jugadores, la de Jiménez en sala de prensa, la de Ander, enemigo ayer, zaragocista siempre, al final del partido... La desolación era clara, ya que el tropiezo es de una gravedad casi devastadora. No solo por volver al descenso, también por la sensación que deja. Este Zaragoza se ha quedado tan raquítico de fútbol que, a poco que se lo propone el rival, le gana. Y el Athletic se lo propuso al final, con un De Marcos descomunal y con Llorente e Ibai, dos cambios de Bielsa en el descanso, como ejecutores. En el Zaragoza la respuesta en la segunda parte fue nula, tanto en el banquillo como en el césped.

Y, queda dicho, todo comenzó bien. Tras soltar los nervios iniciales y un par de balones a la espalda de la zaga zaragocista, el equipo aragonés avisó con un cabezazo de Postiga que dio en Aurtenetxe y marcó con un perfecto testarazo del portugués, que se elevó ante Gurpegi tras una buena jugada, con un taconazo de Apoño y un centro de Montañés. Con un Athletic inseguro atrás y donde ni Ander ni Muniain carburaban, el Zaragoza se sintió cómodo, asentado en Pinter, pero no fue a hacer más daño, salvo en una llegada de Montañés, a centro de Víctor, y en un remate de Rodri que Gorka casi se traga.

La primeras parte acabó con un gol anulado a De Marcos, aunque el error de Del Cerro lo compensaría después al no ver un penalti por mano de Castillo a tiro de Bienvenu. Está claro que el árbitro madrileño no da suerte al equipo aragonés y no hay más que recordar lo vivido ante el Valencia, pero fue el Zaragoza el que hizo todos los méritos para perder. Con Llorente e Ibai Gómez ya en el campo en la segunda parte, el Athletic se afiló, aunque se resistía a creérselo y Gorka sacó un buen remate de Postiga además de enviar al larguero una falta de Rochina.

El valenciano había salido por un apagado Rodri, Movilla suplió a Montañés con la idea de tapar la salida de balón del Athletic y Bienvenu, una broma de delantero que Agapito se empeñó en traer, entró, ¡en la banda!, por un acalambrado Víctor. Los cambios acabaron por desdibujar al Zaragoza. Jiménez estuvo pésimo en sus decisiones y La Romareda empezó a ver que el guión no se cumplía con las primeras dudas de Roberto en los balones aéreos. El portero salió a los pies de Llorente, el rechace acabó en De Marcos, mucho más decisivo de lateral, llegando desde atrás, y su remate fue a pies del delantero ante la atenta mirada de Sapunaru y Fernández. Y Llorente no perdonó, algo que sí hizo Pinter en un remate de cabeza en un córner. Del Cerro no vio la mano de Castillo y Abraham abrió la puerta a De Marcos para que Ibai clavara un puñal de tacón en el corazón de este Zaragoza. Queda tiempo y puntos, pero este golpe es de una dureza terrible.