Como parece lógico, el Instituto Español de Estadística va adecuando los productos de la cesta de la compra que utiliza para que el IPC sea más o menos representativo. Una revisión que realiza en profundidad cada cinco años y que se estrenó el pasado mes de enero.

Más allá del tecnicismo de los estudios, que se localizan en la web, se encuentran datos curiosos, como el crecimiento en la ponderación de alimentos, bebidas, tabaco y consumo en hostelería. Es decir, gastamos algo más de nuestro presupuesto, sobre un 5 %, en aspectos relacionados con la gastronomía.

Además se ha modificado el tratamiento de las frutas y verduras frescas y de temporada, ya que muchas de ellas están disponibles todo el año. Muestra de cómo los invernaderos están modificando nuestras formas de consumo. Entre los nuevos productos que se introducen en la lista de la compra se encuentran, por ejemplo, las cápsulas de café, pero también el cuscús, se diferencia entre leche entera y desnatada, aparecen los helados, el té, la cerveza sin, las patatas chips o las salsas.

Y desaparecen de la cesta, por no superar el umbral de gasto otras grasas animales comestibles, como la manteca, las frutas congeladas −¿alguien compraba eso?−, otros tubérculos como los nabos, los vinos generosos o los refrescos con alcohol.

Pero lo significativo, lo grave, lo que demuestra que efectivamente a España no le reconoce ni la madre que la parió −Guerra dixit− es que el brandy sale de la cesta de la compra. Adiós al carajillo, a esa España «cosa de hombres» −y de amazona sobre blanco caballo-, donde los camioneros aparecían en los anuncios en blanco y negro con una copa en la mano y hasta había ‘coñacs’ para señoras.

Los más jóvenes no entenderán el párrafo anterior, pero quienes peinen canas, y por lo tanto habrán estado rodeados de cientos de carajillos, son conscientes ya de que viven en otra época. Sin carajillo, con ‘alicamentos’. ¿Mejor, peor? Usted mismo.