Hace 20 años, mientras Barcelona se relamía con el éxito de sus Juegos Olímpicos y Sevilla con su Expo, en Zaragoza se preparaba un cambio quizá no tan decisivo pero igualmente histórico: el fin de los 37 años de la presencia de los militares estadounidenses de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos) en la ciudad. Desde que, en 1955, el coronel Harris llegase de avanzadilla para establecer la primera oficina en el Coso --la base llegó en el 57--, la presencia yanki en la ciudad se había convertido en algo cotidiano. Lo que no significa que fuera aceptada.

Por estas fechas se hacía oficial el anuncio de retirada estadounidense, que se hizo efectiva el 30 de septiembre. La mayor instalación del Ejército del Aire quedaba totalmente en manos españolas, aunque no iba a ser tarea fácil saber qué hacer con ella. Mientras, los responsables políticos --Emilio Eiroa en la DGA, José Marco en la DPZ y Antonio González Triviño en el consistorio-- se felicitaban por ver cumplida una larga reivindicación de muchos aragoneses.

HOSTILIDAD Los estadounidenses sostenían --y mantienen-- que apenas notaron hostilidad, pero desde su llegada, y particularmente desde los años 70, el descontento desembocaba periódicamente en manifestaciones y protestas, raramente violentas. Los políticos se fueron haciendo eco del Yankee go home.

A lo largo de sus 35 años de historia, la base americana fue clave en varias grandes operaciones bélicas de los Estados Unidos, como la guerra en el Líbano (1959) y el bombardeo de Trípoli en 1986. Su uso logístico en la primera Guerra del Golfo, en 1991, hizo arreciar las críticas, hasta la victoria del 92.

Un triunfo de ciertos sectores que dejó mal sabor de boca a los trabajadores civiles de la base --profesores de los colegios, limpiadores, personal de apoyo...-- y al alcalde de Garrapinillos, donde residían muchos de ellos. Solo había 140 casas en la base, y llegó a haber 2.200 soldados.

Los matrimonios de soldados con zaragozanas lo desmienten un tanto, pero sí existió una imagen de aislamiento de los militares en la base. Al fin y al cabo, estaba construída como una pequeña ciudad con todo lo que podían necesitar: escuela, bolera, hamburguesería, cine, tiendas, campo de golf... Incluso la instalación eléctrica funcionaba al voltaje americano.

Su llegada supuso en los años 50 y 60 toda una revolución para Zaragoza. Chicle, chocolatinas, Coca-cola o incluso la radio y la televisión eran realmente novedosas para los nativos, y los grandes automóviles estadounidenses acaparaban todas las miradas. Su poder adquisitivo era aún más impresionante.

Tras tres décadas y media, la pequeña ciudad yanki desapareció --"ni un tornillo americano en la base", se repetía entonces-- y la zona sur pasó a dominio español. Comenzaron años de rumores sobre proyectos --una escuela de pilotos, un centro tecnológico de aviación, la nueva sede de la Guardia Civil...-- que nunca llegaron a cuajar.

Finalmente, los edificios americanos han ido acogiendo la Escuela de Técnicos de Seguridad, Defensa y Apoyo (Etesda), el Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) o el Grupo Norte de Mando y Control. Las 2.500 hectáreas del recinto pasaron de las barras y estrellas al rojigualda, dejando la presencia americana como un recuerdo. Grato o no, según cómo se mire.