Como han metido a España en el gran juego de los asuntos mundiales, se está haciendo difícil, por no decir imposible, fijar la atención del público en el pequeño juego del politiqueo local o regional. Mientras los chiitas del Ejército del Mahdi se tirotean con nuestros soldados en Nayaf y Diwaniya y las células del sunnismo salafista versión Al Qaeda invocan la muerte en Madrid y sus alrededores, hablar de la inflación de tenientes de alcalde que padece el Ayuntamiento de Zaragoza suena como a cosa fútil, a mamarrachada provinciana.

Bueno, a los acontecimientos internacionales les llamo yo el gran juego por aquello de citar a Kipling y que se me note la cultura, pero últimamente lo que se desarrolla ante nuestros ojos es más bien una especie de timba para alucinados, tramposos y asesinos. Al aún presidente José María Aznar le dejaron echar unas manos, y allí se sentó el menda, en plan membrillo, más contento que si le hubieran dado el Nobel de la Paz o un Oscar de Hollywood. Es lo que les pasa a ciertas personas, que de repente se creen en la cima del mundo y se van del tarro. Ahora estamos pagando todos aquellos momentos triunfales y el contrato que la Universidad de Georgetown le va a firmar al señor presidente en cuanto ya no lo sea.

La política exterior española ha sumado un error tras otro. Los resultados están a la vista. Habían sido profetizados por quienes hace más de un año clamamos contra la aventura iraquí . Pero lo que más desasosiega ahora mismo no son sólo las tragedias habidas, los muertos, los heridos, la siembra de odio y de sinrazón, sino también contemplar cómo el PP, que respaldó las apuestas de su jefe prietas las filas, insiste todavía en tener la razón, niega la evidencia y descalifica a quienes le critican. Nunca un error político-militar fue tan evidente; nunca jamás los autores del yerro mostraron tal contumacia. ¿Tendrá razón mi tía Pilarín y estaremos en una época marcada por la locura?