—¿Les afectó el clima enrarecido que había entre Marcelino y el club?

—Había un enfrentamiento y no fue una salida amistosa. Eso en el fútbol a veces pasa, pero cada uno tendría su cuota de razón. A nivel táctico, no tuve mejor entrenador que Marcelino, leía muy bien los partidos. Lo que te decía que iba a pasar, solía ocurrir. Su éxito no me extraña nada, tácticamente preparaba los encuentros a la perfección para hacerle daño al rival.

—Llegan Gay y, después, siete fichajes en enero.

—Nos tuvimos que rehacer, fue casi una pretemporada con la competición que te apremiaba. Vinieron muchos jugadores, cada uno de su padre y de su madre, pero todos de alto nivel como Jarosik, Colunga, Suazo, Contini... Era lo que se precisaba, porque veíamos que lo intentábamos, pero no nos daba para salir de esa zona de abajo. Esa ayuda fue decisiva, está claro.

—En esa temporada estaba Pennant. ¿Cómo era?

—Era un tipo muy alegre y extrovertido, que no hablaba ni papa de español. De ese tipo de jugadores que te encuentras, que son despreocupados, que no valoran el hecho de hacer una carrera larga y exitosa y no tienen el éxito que sus condiciones les permitirían.

—Todo lo contrario que Gabi.

—Es ejemplo de entusiasmo por la profesión y de ilusión y trabajo. Cuando hay ese amor a lo que se hace, además de un buen nivel futbolístico, se dan los frutos. Lo de Gabi es ejemplar. Por eso le va tan bien.

—En el verano del 2010 se va al Getafe con la carta de libertad. ¿Cómo lo vivió?

—El club me empujó a irme. Me llamaron del Zaragoza para darme la enhorabuena por mi salida al Getafe y les dije que la enhorabuena se la daba yo a ellos, porque se había conseguido lo que habían querido. Para mí era interesante volver a Madrid, a mi ciudad, con mi familia, pero yo llevaba ya la vuelta andada y no quería salir. Tenía una vida en Zaragoza, se había venido mi novia conmigo y no quería un cambio más, pero se dio.

—¿Qué le queda de Agapito?

—En lo personal, no le traté mucho. Sobre su gestión, lo peor es que no se fue claro. Recuerdo de llamar a que me dieran respuesta a solicitudes, para saber cuándo se iban a cumplir los compromisos adquiridos y no se daba la cara. Eso no tiene justificación.

—El Zaragoza vivió por encima de sus posibilidades. Y lo pagó.

—Por supuesto. Es que la plantilla que se hizo en Segunda y con esos contratos... Ocurrió lo esperado. Y eso que no hubo un escenario negativo, porque se subió a Primera y el equipo después se mantuvo. Todos los contratos que hacía eran papel mojado, no tenían ningún sustento real. Otros clubs pudieron hacer lo mismo y no lo hicieron. La Liga, muy acertadamente, puso ese mecanismo de control para frenar cosas como las que pasaron aquí y eso da seguridad a los jugadores.

—Fue internacional absoluto y jugó un partido en el 2007, contra Inglaterra, con Luis Aragonés.

—Estaba en una nube, fue un sueño. Luis era muy directo, ves a algunos comentaristas y la retórica que se gastan es tremenda. Él era todo lo contrario, no se andaba con rodeos. Sus charlas eran espectaculares, A mí me dijo, tienes que mejorar el control y si das limpieza a tu acción serás un jugador importante.

—¿Se le sigue recordando el episodio de la bandera franquista?

—Fue algo fortuito. Ni me enteré, en la final de los Juegos Mediterráneos una persona tiró la bandera, ni me di cuenta de cómo era y me hizo la foto. Siempre que sale algo de mi vida sale esa imagen. Por si fuera poco, cuando estaba en el Deportivo, alguien con mala baba hizo otra foto mientras saludaba a mi familia en la grada con el brazo extendido porque había marcado un gol. Yo nunca mostré ninguna ideología en mis palabras y no creo que se tenga que mezclar deporte y política. Pero no hay nada detrás, solo fueron dos fotos.

—Se retiró pronto, con 30 años.

—Sentía que había perdido la ilusión, vi que había llegado el final. Ya había sido padre y otro cambio no me apetecía. Y una retirada a tiempo es una victoria.

—¿Que significa el Zaragoza en su carrera profesional?

—Una estación muy importante, jugué con regularidad y crecí como jugador y como persona. Vuelvo frecuentemente y mantengo buena relación con Generelo o con Zapater y con otros que viven en Zaragoza y ahora mismo no están en el club. Siento mucho cariño. No es un sitio de paso como otros, es algo más.

—¿Ve los partidos? ¿Lo sigue?

-—Alguno veo y me está pareciendo una temporada dura. La Segunda es difícil, cada vez hay más igualdad. Cogieron una racha mala y hasta se ve esa posibilidad de bajar. No es lo que se pensaba al principio. Esto debe servir para sacar conclusiones, como enseñanza para intentar subir pronto, porque el Zaragoza merece estar en Primera.

—Fue un caso atípico, estudió durante su etapa como jugador.

—Hice Administración y Dirección de Empresas y la terminé un año antes de retirarme. Y después hice un Máster MBA. Ahora trabajo en Tressis, donde nos dedicamos al asesoramiento financiero y a la gestión de patrimonios.

—¿Tiene clientes futbolistas?

—Sí, claro. Es el entorno en el que me movía. Me identifican como uno igual que ellos y les doy mayor confianza. La carrera de un jugador es corta, yo iba haciendo dinero y sabía que iba a ser casi imposible que mantuviera ese nivel de ingresos, por lo que el grueso de la vida futura dependía del ahorro y del buen uso que hiciera del dinero.

—¿Cree que viven en una burbuja de dinero fuera de la realidad?

—Pero, ¿cómo no van a estar en ella? Eres joven, con una gran independencia económica, con la fama, con lo que genera el fútbol… Es difícil de asumir, es muy complicado no estar en esa burbuja y se pierde el foco.