Tuvo tiempo de recrearse y dedicar la victoria a su amigo. Tuvo tiempo de pensar en él, sin creer todavía si era una realidad o una pesadilla la noticia que el sábado despertó a todo el pelotón. «¡Va por ti, Scarponi!». Ni eran del mismo país ni habían corrido en el mismo equipo. Pero Michele Scarponi, muerto atropellado por una furgoneta mientras entrenaba, tenía amigos por todas partes. Y Alejandro Valverde era uno de ellos. Al amigo desaparecido dedicó su cuarta victoria en la Lieja-Bastoña-Lieja.

Ganó con un control absoluto y dando la sensación, como el miércoles pasado en la Flecha Valona, de que la victoria era fácil, cosa de coser y cantar, pero conocedor de que volvía a hacer historia, de que él es historia, una historia afortunadamente interminable en cuanto a éxitos y victorias en la vida contemporánea del ciclismo. Mañana cumple 37 años y todavía tiene dos más de contrato --por ahora-- con el Movistar. Dos oportunidades para igualar y quién sabe si superar el récord de cinco victorias en Lieja que tiene el más grande de todos cuando se habla de gestas, hazañas, mitos y conquistas de un ciclista: Eddy Merckx, El Caníbal.

Valverde hace fácil lo imposible, consigue vaya donde vaya que siempre sea favorito, el corredor del que todos están pendientes. A la Lieja-Bastoña-Lieja, nacida en el siglo XXI y crecida en el XX, se la conoce como La Decana, la más antigua de cuantas carreras de un día existen, más vieja que la París-Roubaix, arte del adoquín, que todas.

Por eso, ganar en Lieja tiene un color especial. Y hacerlo por cuarta vez, como Valverde, no digamos. Y si encima el vencedor llega a la meta emocionado, levanta los dedos hacia el cielo para dedicarle la victoria a su amigo desaparecido, y cuando aparece por la zona mixta y habla ante la señal internacional de televisión y confirma que el triunfo es para Scarponi, encima se emociona, es cuando se ponen los pelos de punta. «Scarponi era mi amigo. El sábado cuando me enteré de su muerte me quedé helado y por eso quiero entregar a su familia los premios de esta carrera».

Un gesto humano, uno más del corredor al que cuando tenía 18 años llamaban El Imbatido. Ahora dobla la edad a ese prometedor chaval del que nadie tenía dudas de que iba a ser una figura. Pero Valverde tiene cuerda para rato y suficiente amor al ciclismo como para igualar las gestas de Merckx en Lieja.