Raúl Agné revolvió en el baúl para configurar un equipo revolucionario por algunos de protagonistas, pero vestido con el viejo traje de cartón piedra que le distingue. Irureta brotó de nuevo en la portería sin ser exigido salvo en el gol del Oviedo, Bagnack se asomó para sorpresa general y propia de lateral y Xiscu apareció en la titularidad como si hubiera estado allí toda la vida. La frescura, velocidad y desparpajo del chico, que tiró por la borda la leyenda de que La Romareda es una trituradora con el alma de los futbolistas, y el colmillo de Ángel fueron los grandes valores, casi los únicos, para derrotar a un Real Oviedo que se suicidó en la primera parte y que en la recta final y en inferioridad numérica acortó distancias y resucitó los fantasmas habituales de un conjunto aragonés a quien le afecta para mal el canto de un canario.

Un error en el control de David Fernández cogió a Ángel de caza mayor demasiado cerca del central, que perdió el balón. El 9 se lo robó para adelantar al Real Zaragoza con un excelente remate, imposible para Juan Carlos. No habían ocurrido grandes cosas en las áreas, pero en esta categoría un fallo de ese calado te penaliza hasta llevarte al ataúd. Los asturianos tejían y el equipo de Agné buscaba la sociedad Cani-Lanzarote para la sorpresa larga, y Xiscu explotaba por la banda izquierda con zancada atervida y pases de primer nivel como uno que puso para ängel, esta vez con Juan Carlos tapándole con su cuerpo los espacios en el segundo palo.

El encuentro daba para los justo. La elegancia de Lucas Torró, la insitstencia percusora de un Toché bien atado por Silva y Cabrera y los chispazos de Cani. En ese estado de complacencia, Lanzarote desató los nervios de Christian Fernández y se fue a la guerra con el lateral. A su espíritu provocador en el juego y la palabra le persiguió sin medias tintas Verdés, quien llegó a tiempo para el despeje pero prefirió sacar la cortadora de césped para frenar al catalán. La tarjeta roja se vio hasta desde el Carlos Tartiere y el equipo que entrena Fernando Hierro se quedó con diez para toda la segunda parte.

Otra vez Xiscu. Agitador y rebelde, robó una pelota que fue de los pies de Lanza a los de un Cani, completamente solo que eligió el pase para un Ángel que a la hora de rematar a placer fue empujado por Óscar Gil. El árbitro no dudó en señalar el que suponía el primer penalti a favor de la temporada para el Real Zaragoza y el ariete firmó el doblete. Con esa distancia de por medio y pese a los antecedentes de otros encuentros en la misma dinámica favorable, no había razones para pensar en otra cosa que la victoria. Pero se estiró el Oviedo impulsado en su mayor calidad técnica y por un adversario que comenzó a evidenciar su tradicional declive físico y de precisión, con Cani, agotado, regalando balones en zonas muy comprometidas.

En uno de fallos que acabó en falta directa sobre la frontal del área, Varela acortó distancias con un lanzamiento perfecto. El Real Zaragoza se echó a temblar, acongojado en ese trayecto final por no saber qué hacer con el esférico y por la amenaza de un empate que lo hubiera matado para el futuro. Por suerte, el Oviedo se había desangrado por el camino víctima de las puñaladas de Ángel y de las descargas de Xiscu. También, y mucho, de su ingenuidad en dos terribles decisiones. Los tres puntos permiten respirar al conjunto aragonés, que huye de la zona baja no sin haber sufrido más de la cuenta. Sin despejar la mayoría de las dudas.