Si hay dos seres humanos, si hay dos pilotos, si hay dos profesionales diferentes, distintos, casi dispares, lo que no significa que uno sea mejor que otro, más profesional, más eficaz, más simpático, más, más, esos son los dos italianos que protagonizaron ayer el Gran Premio de Italia, que citó, en el trazado de Mugello, doce horas después de que el Real Madrid apalizase a la Juventus, símbolo de Italia, a 98.269 apasionados tifosis. El mítico, popular, campeonísimo y vencedor Valentino Rossi (Yamaha) y el modesto, sencillo, silencioso, caballeroso y bonachón Andrea Dovizioso (Ducati).

La jornada, el día, la fiesta estaba organizada, única y exclusivamente, para Rossi. El Doctor pobló Mugello, que aquí llaman Mugiallo, porque se llena de seguidores amarillos (giallo, en italiano) y se presentó como el auténtico héroe nacional, mundial. Venía de un accidente que, a la postre, no fue tan grave como nos vendieron los medios italianos, que lo adoran, que lo idolatran. Se golpeó el pecho, sí, haciendo motocross, pero no sufrió herida, fractura alguna. Se fue recuperando, poco a poco, y ayer salió disparado nada más apagarse el semáforo. Voló, sí.

Dovizioso, siempre a la sombra de todos, siempre culto, discreto, de opinión pausada y sabia, no levantó la voz cuando Ducati, su marca, pagó 12 millones de euros por temporada por el tricampeón mallorquín Jorge Lorenzo. «Ahora sí que no tenemos excusa para no ganar el título», dijo el ingeniero Gigi Dall’Igna, creador de la portentosa y veloz Desmosedici. Como si no existiese Dovi. Pero Dovizioso no alzó la voz y siguió currando, aún sabiendo que tendría, como así le ocurre en cada carrera y ensayo, las palmas de sus manos ensangrentadas pues esta Ducati sigue siendo un potro de tortura.

Esos dos pilotos, esos dos señores, esos dos campeones fueron protagonistas ayer del carrerón de Mugello, el lugar escogido (es broma, no tiene nada que ver, son dos cosas distintas) por los azzurri para vengarse de la derrota sufrida en Cardiff. Por vez primera en lo que va de año, no hubo victorias españolas. Y sí triplete italiano: Andrea Migno (Moto3), Mattia Pasini (Moto2), que llevaba ocho años sin ganar, y Andrea Dovizioso (MotoGP). Rossi no subió ni al podio, a cuyo pie se postró buena parte de los 98.269 tifosis para homenajear a Dovi, que cogió el micro (¡ven como es un señorazo!) y después dijo: «Sé que habéis venido a ver ganar a otro, por eso os agradezco, aún más, estos vítores y aplausos que me habéis dedicado».

LA PROEZA DE DOVIZIOSO / Rossi es dueño de los mejores números de la historia, es propietario, casi, casi, del mejor álbum de cromos del motociclismo, pero no hay nadie, nadie, que mantenga la gesta que mantiene Dovi, que, desde que debutó, en Mugello en el año 2001 en el Mundial, no se ha perdido un solo gran premio ¡ni uno!, corriendo, de forma consecutiva, las 264 carreras que se han disputado. Y eso que ayer, sin ir más lejos, se subió a su destructora y veloz Ducati, sin haber dormido, habiéndose pasado la noche sentado en la taza del wáter de su hotel, vomitando continuamente y perdiendo fuerzas por... bueno, ya me entienden. «Cuando empezó la carrera estaba convencido de que no tendría energías para acabarla, pero sí. Esta maravillosa Ducati me ayudó». Ese Dovi, que ni siquiera dio una sola vuelta por la mañana, en el ensayo previo a la carrera («no hacía falta, estábamos listos para la batalla») dejó boquiabierto al mundo entero, a todo Mugiallo y, sí, cómo no, al propio Rossi, que acabó, insisto, fuera del podio. Y, esta vez, sin gloria. O escasa, muy escasa.

La carrera, en la que Marc Márquez, que acabaría sexto, y Dani Pedrosa, que se caería arroyando a Cal Crutchlow en la recta final, volvió a demostrar que esta Honda aún no está para ganar (y menos con unos neumáticos Michelín que no se adaptan a ella). La prueba empezó con exhibición de Rossi y Maverick Viñales, que arrancaba desde la pole y parecía dispuesto a dar un golpe definitivo al campeonato del mundo. Y por poco lo logra.

Se fueron las dos Yamaha azules, pero apareció, no solo Dovi, sino el aguerrido Danilo Petrucci, otro atrevido italiano («hubiese cambiado mi casa por este podio en Mugello»), para darles caza. Y, no solo los pillaron, sino que los superaron. A mitad de carrera, Dovizioso (era la vuelta 14 de las 23 que se hacían) exprimió su ensangrentada mano del gas y se escapó medio segundo. Adiós. Acabó ganando.