La música de la Champions sonó por última vez con sones de tristeza en el estadio de El Madrigal poco después de las 22,35 horas. Fue una despedida cargada de épica, valentía y gritos de "¡Riquelme, Riquelme!". Todo se acabó a menos de un minuto para el final. El astro del Villarreal, el jugador más querido, falló un penalti cargado de historia. Adiós al sueño. Adiós a Europa, aunque por la puerta grande.

Ese penalti fallado por el argentino marcó el punto y final a una aventura, la más bonita vivida nunca jamás por un equipo desde que la Copa de Europa pasó a denominarse Liga de Campeones. Riquelme pifió el penalti y, poco después, abatido, en el centro del campo, se pasó varios segundos mirando hacia Lehmann. No era una mirada desafiante. No lo era. Era más bien una mirada triste, melancólica y amarga. Tuvo en sus pies la oportunidad de forzar la prórroga que merecían.

Y falló. Irremediablemente. Sin piedad. Erró en el peor instante para convertir a Lehmann en el héroe del partido y para que por una vez se escuchasen las gargantas inglesas gritando el nombre del portero alemán; el mismo al que todos sus compañeros fueron a abrazar en cuanto sonó el pitido final y se vieron clasificados para París a la espera del Bar§a o el Milan.

El Villarreal despertó anoche de su mejor sueño que los ha conducido por media Europa, con gallardía y valentía. Abrió los ojos con el convencimiento de no haber padecido una pesadilla. Ni mucho menos. Despertó sacando pecho, jugando al ataque, con desparpajo y convencidos de que habían obligado al Arsenal a correr por el césped de El Madrigal. Por muy poco no consiguieron doblegar al conjunto londinense. Por eso, el público disfrutó más que sufrió viendo el interés y el empuje que ponían sus jugadores.

No marcaron por falta de puntería. Seguramente. Y también porque hay noches, así es el fútbol, en que por más que un montón de jugadores cargados de coraje y pundonor se esfuercen por marcar un gol, el balón se pelea con ellos, los traiciona y se niega a romper la portería del conjunto rival. Eso fue lo que sucedió anoche en el estadio de El Madrigal. Y también porque bajo los palos de la portería del Arsenal había un portero, Lehmann, el mismo que ha sentado a Kahn en la selección alemana y el que ayer certificó el récord de imbatibilidad --10 encuentros sin encajar un solo gol-- en la historia de la Copa de Europa.

ENCERRADOS El Villarreal acongojó al Arsenal y lo obligó a encerrarse, a dormitar alrededor de Lehmann. Arsene Wenger clasificó a su equipo para la final de París a base de tejer una tela de araña alrededor de su guardameta. Nueve defensas. Todos menos Henry.

El gol encajado en Highbury hace una semana pesó como una losa. Ver para creer. Fallaron Sorín, Guille Franco, Forlán --a puerta vacía-- y, sobre todo Riquelme, al no acertar el penalti que Clichy cometió sobre Jose Mari en el último suspiro, cuando los ingleses ya se veían en París. Se les cortó la respiración. Pero, para desgracia del Villarreal, sólo fue un susto, el sobresalto que los despertó de su mejor sueño.