­—Cuando se habla de Guardiola, no se piensa en una persona que se metamorfosea. Más bien se le asocia a una idea única.

—Esa es una de las etiquetas que tenemos, el Guardiola dogmático, que va a Alemania a jugar como el Barça y que nunca va a cambiar. La realidad es que él fue allí a hacer una cosa muy interesante. En una metáfora bonita, iba al campo de Beckenbauer a jugar el fútbol de Cruyff. Pero no hizo eso.

—¿Qué hizo?

—Vio que Beckenbauer, el fútbol alemán, tiene cosas muy buenas. Se las quedó y las incorporó a su catálogo para hacer una mezcla. Eso ha provocado en él unos grandes cambios. Sigue siendo partidario del fútbol de ataque y con balón, pero ha incorporado muchas cosas del juego alemán y lo ha enfocado todo más al análisis del rival y a la mejora individual de cada jugador.

—¿Y los futbolistas?

—Ha tratado de que los jugadores sean como un deportista olímpico. Lewandowski es un poco esa definición, un tío que se cuida, un atleta completo.

—Dos libros de Guardiola en tres años. ¿Cuántas horas ha pasado con él?

—He pasado 80 semanas en Munich con él. El personaje da para mucho y aún daba para más. Tiré 300 o 400 folios a la basura.

—¿Le permitió un trato cercano?

—Sí. Las semanas que yo iba a Múnich estaba allí en los entrenamientos y cuando acababan hablábamos, cenábamos juntos normalmente tras los partidos...

—¿Es un amigo?

—Digamos que es un conocido muy conocido.

—¿Qué es lo más fascinante de Guardiola?

—Las etiquetas que leo de él son poco ajustadas a la realidad. No es un personaje glamouroso o con un verbo florido, pero es un tipo que, sin tener estudios superiores, es culto. Se ha cultivado a sí mismo y habla muy llano, lo que resulta fascinante porque se le entiende muy bien. Yo lo tenía como un tío muy talentoso que no le hacía falta trabajar. Él piensa lo contrario. Cree que no tiene mucho talento y que necesita trabajar más que los demás.

—¿No se parece la persona al personaje?

—Es bastante parecido a lo que se ve, aunque públicamente tenga que ser un poco más diplomático. Pero es un tipo muy normal.

—¿Por qué no le gustan los medios de comunicación?

—Es que él es muy tímido en privado. Ese tipo de personas dan la impresión a veces de ser un poco hoscos, pero es una cuestión de timidez. En los medios tiene muchos amigos y muchos enemigos, pero no creo que tenga una especial animadversión con la prensa.

—¿Resulta difícil hoy comprender el periodismo deportivo?

—En todas partes. En Alemania estuve hace 15 días presentando el libro y ahora me he encontrado una unanimidad que en los tres años anteriores no había. Ahora todos creen que es un gran entrenador. Es cierto que el mundo de los medios actual es un poco esquizofrénico.

—Quizá por eso han cerrado las puertas a los periodistas.

SEmDEs evidente que está todo muy cerrado. En Alemania eran bastante abiertos y se han ido cerrando, como aquí. Ahora hay una gran falta de información real. La responsabilidad es de ambos bandos, pero hoy en día no es posible acceder a la realidad de cómo trabaja un equipo cualquiera, como el Zaragoza. Hay un caudal de información que no llega a la gente y es una gran pérdida porque la vida ordinaria de un equipo es muy rica.

—¿Cómo fueron sus relaciones en Alemania?

—Él lo definió como un choque cultural. Hasta que llegó Pep, la palabra táctica (taktik) solo se entendía desde el punto de vista defensivo, y atacar era ir por libre, a lo que saliera. Así que al principio lo veían como a un bicho raro. Hablaba de cosas que para nosotros, que habíamos pasado por Cruyff, Aragonés o Guardiola, eran normales. Para ellos no. Eran chocantes conceptos como el juego de posición. Hubo incomprensión y gente que lo rechazó.

—¿Lo comparan con Ancelotti?

—Claro. Ahora es cuando dicen que aquel Bayern de Pep sí daba sensación de poderío, de seguridad, de dominio. Lo tenían allí, tuvieron una oportunidad muy importante de avanzar en el conocimiento y una parte de los medios alemanes no supo aprovechar esa oportunidad.

—¿Es por su mentalidad?

—Los jugadores fueron los más adictos al juego de Pep. Lahm, Neuer, Boateng, Alaba... Todos estos han sido los líderes del cambio. No creo que sea una cuestión de alemán cuadriculado. Más bien fue el tema de los medios y su influencia en los aficionados.

—¿Con la metamorfosis de Guardiola se ha acabado aquel gran fútbol del Barcelona de Pep?

—Se ha ido diluyendo. No está Xavi y cuando, además, falta Iniesta... Una cosa es metamorfosearse y otra llegar a desnaturalizarse. La frontera no está muy clara. No se sabe hasta qué momento estás añadiendo cosas nuevas y en qué momento te estás desnaturalizando. Pero al pensar en la victoria a partir de las tres bestias de arriba, desnaturalizas tu juego.

—El reto del Manchester City es otro. Ni es un club del nombre del Barça o el Bayern, ni tiene los mismos nombres en el campo.

—No hay la menor duda, pero es su reto. En lugar de quedarse en el Bayern seis u ocho años y ganar Ligas una detrás de otra, cuando ve que ha conseguido que el equipo juegue como quería, él se lanza a por otro reto. En este caso es más difícil porque no tiene ni la historia ni la identidad de juego ni los jugadores.

—¿Qué hará en Inglaterra?

—Allí atacan y contraatacan de maneras diferentes y hay que responder de otra manera. Tendrá que inventarse la forma de contrarrestar ese fútbol.

—¿Cree que se plantearía ser seleccionador español?

—Yo lo veo como una incomodidad mutua. Saltaría alguna chispa. Él no es sospechoso en el tema catalán, ya lo ha dicho, aunque eso debería dar igual. Hemos visto suecos en Inglaterra, italianos en Rusia... Pero con cualquier detalle se montaría un incendio.

—¿Qué hay en ‘Guardiola, la metamofosis’?

—Es el retrato de cómo Alemania le ha cambiado. Él aparece constantemente hablando en el libro, y mucha otra gente me ayuda a definir al personaje. Gente de cocina, música, pintura, filosofía...

—¿Y lo ve igual el cocinero que el filósofo?

—Sí. Lo ven como una mente de arquitecto, que en el momento que acaba su edificio, se va a a construir otro en lugar de quedarse a disfrutar de su obra.